La noche de difuntos me despertó a no sé qué hora el doble de las campanas;
su tañido monótono y eterno me trajo a las mientes esta tradición que oí hace
poco en Soria.
Intenté dormir de nuevo; ¡imposible! Una vez aguijoneada,
la imaginación es un caballo que se desboca y al que no sirve tirarle de la
rienda. Por pasar el rato me decidí a escribirla, como en efecto lo hice.
Yo la oí en el mismo lugar en que acaeció, y la he escrito volviendo
algunas veces la cabeza con miedo cuando sentía crujir los cristales de mi
balcón, estremecidos por el aire frío de la noche.
Sea de ello lo que quiera, ahí va, como el caballo de copas.
I
-Atad los perros; haced la señal con las trompas para que se reúnan los
cazadores, y demos la vuelta a la ciudad. La noche se acerca, es día de Todos
los Santos y estamos en el Monte de las Ánimas.
-¡Tan pronto!
-A ser otro día, no dejara yo de concluir con ese rebaño de lobos que
las nieves del Moncayo han arrojado de sus madrigueras; pero hoy es imposible.
Dentro de poco sonará la oración en los Templarios, y las ánimas de los difuntos
comenzarán a tañer su campana en la capilla del monte.
-¡En esa capilla ruinosa! ¡Bah! ¿Quieres asustarme?
-No, hermosa prima; tú ignoras cuanto sucede en este país, porque aún no
hace un año que has venido a él desde muy lejos. Refrena tu yegua, yo también
pondré la mía al paso, y mientras dure el camino te contaré esa historia.
Los pajes se reunieron en alegres y bulliciosos grupos; los condes de
Borges y de Alcudiel montaron en sus magníficos caballos, y todos juntos
siguieron a sus hijos Beatriz y Alonso, que precedían la comitiva a bastante
distancia.
Mientras duraba el camino, Alonso narró en estos términos la prometida
historia:
-Ese monte que hoy llaman de las Ánimas, pertenecía a los Templarios,
cuyo convento ves allí, a la margen del río. Los Templarios eran guerreros y
religiosos a la vez. Conquistada Soria a los árabes, el rey los hizo venir de
lejanas tierras para defender la ciudad por la parte del puente, haciendo en
ello notable agravio a sus nobles de Castilla; que así hubieran solos sabido
defenderla como solos la conquistaron.
Entre los caballeros de la nueva y poderosa Orden y los hidalgos de la
ciudad fermentó por algunos años, y estalló al fin, un odio profundo. Los
primeros tenían acotado ese monte, donde reservaban caza abundante para
satisfacer sus necesidades y contribuir a sus placeres; los segundos
determinaron organizar una gran batida en el coto, a pesar de las severas
prohibiciones de los clérigos con espuelas, como llamaban a sus
enemigos.
Cundió la voz del reto, y nada fue parte a detener a los unos en su
manía de cazar y a los otros en su empeño de estorbarlo. La proyectada
expedición se llevó a cabo. No se acordaron de ella las fieras; antes la
tendrían presente tantas madres como arrastraron sendos lutos por sus hijos.
Aquello no fue una cacería, fue una batalla espantosa: el monte quedó sembrado
de cadáveres, los lobos a quienes se quiso exterminar tuvieron un sangriento
festín. Por último, intervino la autoridad del rey: el monte, maldita ocasión de
tantas desgracias, se declaró abandonado, y la capilla de los religiosos,
situada en el mismo monte y en cuyo atrio se enterraron juntos amigos y
enemigos, comenzó a arruinarse.
Desde entonces dicen que cuando llega la noche de difuntos se oye doblar
sola la campana de la capilla, y que las ánimas de los muertos, envueltas en
jirones de sus sudarios, corren como en una cacería fantástica por entre las
breñas y los zarzales. Los ciervos braman espantados, los lobos aúllan, las
culebras dan horrorosos silbidos, y al otro día se han visto impresas en la
nieve las huellas de los descarnados pies de los esqueletos. Por eso en Soria le
llamamos el Monte de las Ánimas, y por eso he querido salir de él antes que
cierre la noche.
La relación de Alonso concluyó justamente cuando los dos jóvenes
llegaban al extremo del puente que da paso a la ciudad por aquel lado. Allí
esperaron al resto de la comitiva, la cual, después de incorporárseles los dos
jinetes, se perdió por entre las estrechas y oscuras calles de Soria.
II
Los servidores acababan de levantar los manteles; la alta chimenea
gótica del palacio de los condes de Alcudiel despedía un vivo resplandor
iluminando algunos grupos de damas y caballeros que alrededor de la lumbre
conversaban familiarmente, y el viento azotaba los emplomados vidrios de las
ojivas del salón.
Solas dos personas parecían ajenas a la conversación general: Beatriz y
Alonso: Beatriz seguía con los ojos, absorta en un vago pensamiento, los
caprichos de la llama. Alonso miraba el reflejo de la hoguera chispear en las
azules pupilas de Beatriz.
Ambos guardaban hacía rato un profundo silencio.
Las dueñas referían, a propósito de la noche de difuntos, cuentos
tenebrosos en que los espectros y los aparecidos representaban el principal
papel; y las campanas de las iglesias de Soria doblaban a lo lejos con un tañido
monótono y triste.
-Hermosa prima -exclamó al fin Alonso rompiendo el largo silencio en que
se encontraban-; pronto vamos a separarnos tal vez para siempre; las áridas
llanuras de Castilla, sus costumbres toscas y guerreras, sus hábitos sencillos y
patriarcales sé que no te gustan; te he oído suspirar varias veces, acaso por
algún galán de tu lejano señorío.
Beatriz hizo un gesto de fría indiferencia; todo un carácter de mujer se
reveló en aquella desdeñosa contracción de sus delgados labios.
-Tal vez por la pompa de la corte francesa; donde hasta aquí has vivido
-se apresuró a añadir el joven-. De un modo o de otro, presiento que no tardaré
en perderte... Al separarnos, quisiera que llevases una memoria mía... ¿Te
acuerdas cuando fuimos al templo a dar gracias a Dios por haberte devuelto la
salud que viniste a buscar a esta tierra? El joyel que sujetaba la pluma de mi
gorra cautivó tu atención. ¡Qué hermoso estaría sujetando un velo sobre tu
oscura cabellera! Ya ha prendido el de una desposada; mi padre se lo regaló a la
que me dio el ser, y ella lo llevó al altar... ¿Lo quieres?
-No sé en el tuyo -contestó la hermosa-, pero en mi país una prenda
recibida compromete una voluntad. Sólo en un día de ceremonia debe aceptarse un
presente de manos de un deudo... que aún puede ir a Roma sin volver con las
manos vacías.
El acento helado con que Beatriz pronunció estas palabras turbó un
momento al joven, que después de serenarse dijo con tristeza:
-Lo sé prima; pero hoy se celebran Todos los Santos, y el tuyo ante
todos; hoy es día de ceremonias y presentes. ¿Quieres aceptar el mío?
Beatriz se mordió ligeramente los labios y extendió la mano para tomar
la joya, sin añadir una palabra.
Los dos jóvenes volvieron a quedarse en silencio, y volviose a oír la
cascada voz de las viejas que hablaban de brujas y de trasgos y el zumbido del
aire que hacía crujir los vidrios de las ojivas, y el triste monótono doblar de
las campanas.
Al cabo de algunos minutos, el interrumpido diálogo tornó a anudarse de
este modo:
-Y antes de que concluya el día de Todos los Santos, en que así como el
tuyo se celebra el mío, y puedes, sin atar tu voluntad, dejarme un recuerdo, ¿no
lo harás? -dijo él clavando una mirada en la de su prima, que brilló como un
relámpago, iluminada por un pensamiento diabólico.
-¿Por qué no? -exclamó ésta llevándose la mano al hombro derecho como
para buscar alguna cosa entre las pliegues de su ancha manga de terciopelo
bordado de oro... Después, con una infantil expresión de sentimiento, añadió:
-¿Te acuerdas de la banda azul que llevé hoy a la cacería, y que por no
sé qué emblema de su color me dijiste que era la divisa de tu alma?
-Sí.
-Pues... ¡se ha perdido! Se ha perdido, y pensaba dejártela como un
recuerdo.
-¡Se ha perdido!, ¿y dónde? -preguntó Alonso incorporándose de su
asiento y con una indescriptible expresión de temor y esperanza.
-No sé.... en el monte acaso.
-¡En el Monte de las Ánimas -murmuró palideciendo y dejándose caer sobre
el sitial-; en el Monte de las Ánimas!
Luego prosiguió con voz entrecortada y sorda:
-Tú lo sabes, porque lo habrás oído mil veces; en la ciudad, en toda
Castilla, me llaman el rey de los cazadores. No habiendo aún podido probar mis
fuerzas en los combates, como mis ascendentes, he llevado a esta diversión,
imagen de la guerra, todos los bríos de mi juventud, todo el ardor, hereditario
en mi raza. La alfombra que pisan tus pies son despojos de fieras que he muerto
por mi mano. Yo conozco sus guaridas y sus costumbres; y he combatido con ellas
de día y de noche, a pie y a caballo, solo y en batida, y nadie dirá que me ha
visto huir del peligro en ninguna ocasión. Otra noche volaría por esa banda, y
volaría gozoso como a una fiesta; y, sin embargo, esta noche... esta noche. ¿A
qué ocultártelo?, tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado
en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán ahora a levantar sus
amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas... ¡las ánimas!,
cuya sola vista puede helar de horror la sangre del más valiente, tornar sus
cabellos blancos o arrebatarle en el torbellino de su fantástica carrera como
una hoja que arrastra el viento sin que se sepa adónde.
Mientras el joven hablaba, una sonrisa imperceptible se dibujó en los
labios de Beatriz, que cuando hubo concluido exclamó con un tono indiferente y
mientras atizaba el fuego del hogar, donde saltaba y crujía la leña, arrojando
chispas de mil colores:
-¡Oh! Eso de ningún modo. ¡Qué locura! ¡Ir ahora al monte por semejante
friolera! ¡Una noche tan oscura, noche de difuntos, y cuajado el camino de
lobos!
Al decir esta última frase, la recargó de un modo tan especial, que
Alonso no pudo menos de comprender toda su amarga ironía, movido como por un
resorte se puso de pie, se pasó la mano por la frente, como para arrancarse el
miedo que estaba en su cabeza y no en su corazón, y con voz firme exclamó,
dirigiéndose a la hermosa, que estaba aún inclinada sobre el hogar
entreteniéndose en revolver el fuego:
-Adiós Beatriz, adiós... Hasta pronto.
-¡Alonso! ¡Alonso! -dijo ésta, volviéndose con rapidez; pero cuando
quiso o aparentó querer detenerle, el joven había desaparecido.
A los pocos minutos se oyó el rumor de un caballo que se alejaba al
galope. La hermosa, con una radiante expresión de orgullo satisfecho que coloreó
sus mejillas, prestó atento oído a aquel rumor que se debilitaba, que se perdía,
que se desvaneció por último.
Las viejas, en tanto, continuaban en sus cuentos de ánimas aparecidas;
el aire zumbaba en los vidrios del balcón y las campanas de la ciudad doblaban a
lo lejos.
III
Había pasado una hora, dos, tres; la media
noche estaba a punto de
sonar, y Beatriz se retiró a su oratorio. Alonso no volvía, no volvía, cuando en
menos de una hora pudiera haberlo hecho.
-¡Habrá tenido miedo! -exclamó la joven cerrando su libro de oraciones y
encaminándose a su lecho, después de haber intentado inútilmente murmurar
algunos de los rezos que la iglesia consagra en el día de difuntos a los que ya
no existen.
Después de haber apagado la lámpara y cruzado las dobles cortinas de
seda, se durmió; se durmió con un sueño inquieto, ligero, nervioso.
Las doce sonaron en el reloj del Postigo. Beatriz oyó entre sueños las
vibraciones de la campana, lentas, sordas, tristísimas, y entreabrió los ojos.
Creía haber oído a par de ellas pronunciar su nombre; pero lejos, muy lejos, y
por una voz ahogada y doliente. El viento gemía en los vidrios de la ventana.
-Será el viento -dijo; y poniéndose la mano sobre el corazón, procuró
tranquilizarse. Pero su corazón latía cada vez con más violencia. Las puertas de
alerce del oratorio habían crujido sobre sus goznes, con un chirrido agudo
prolongado y estridente.
Primero unas y luego las otras más cercanas, todas las puertas que daban
paso a su habitación iban sonando por su orden, éstas con un ruido sordo y
grave, aquéllas con un lamento largo y crispador. Después silencio, un silencio
lleno de rumores extraños, el silencio de la media noche, con un murmullo
monótono de agua distante; lejanos ladridos de perros, voces confusas, palabras
ininteligibles; ecos de pasos que van y vienen, crujir de ropas que se
arrastran, suspiros que se ahogan, respiraciones fatigosas que casi se sienten,
estremecimientos involuntarios que anuncian la presencia de algo que no se ve y
cuya aproximación se nota no obstante en la oscuridad.
Beatriz, inmóvil, temblorosa, adelantó la cabeza fuera de las
cortinillas y escuchó un momento. Oía mil ruidos diversos; se pasaba la mano por
la frente, tornaba a escuchar: nada, silencio.
Veía, con esa fosforescencia de la pupila en las crisis nerviosas, como
bultos que se movían en todas direcciones; y cuando dilatándolas las fijaba en
un punto, nada, oscuridad, las sombras impenetrables.
-¡Bah! -exclamó, volviendo a recostar su hermosa cabeza sobre la
almohada de raso azul del lecho-; ¿soy yo tan miedosa como esas pobres gentes,
cuyo corazón palpita de terror bajo una armadura, al oír una conseja de
aparecidos?
Y cerrando los ojos intentó dormir...; pero en vano había hecho un
esfuerzo sobre sí misma. Pronto volvió a incorporarse más pálida, más inquieta,
más aterrada. Ya no era una ilusión: las colgaduras de brocado de la puerta
habían rozado al separarse, y unas pisadas lentas sonaban sobre la alfombra; el
rumor de aquellas pisadas era sordo, casi imperceptible, pero continuado, y a su
compás se oía crujir una cosa como madera o hueso. Y se acercaban, se acercaban,
y se movió el reclinatorio que estaba a la orilla de su lecho. Beatriz lanzó un
grito agudo, y arrebujándose en la ropa que la cubría, escondió la cabeza y
contuvo el aliento.
El aire azotaba los vidrios del balcón; el agua de la fuente lejana caía
y caía con un rumor eterno y monótono; los ladridos de los perros se dilataban
en las ráfagas del aire, y las campanas de la ciudad de Soria, unas cerca, otras
distantes, doblan tristemente por las ánimas de los difuntos.
Así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella
pareció eterna a Beatriz. Al fin despuntó la aurora: vuelta de su temor,
entreabrió los ojos a los primeros rayos de la luz. Después de una noche de
insomnio y de terrores, ¡es tan hermosa la luz clara y blanca del día! Separó
las cortinas de seda del lecho, y ya se disponía a reírse de sus temores
pasados, cuando de repente un sudor frío cubrió su cuerpo, sus ojos se
desencajaron y una palidez mortal descoloró sus mejillas: sobre el reclinatorio
había visto sangrienta y desgarrada la banda azul que perdiera en el monte, la
banda azul que fue a buscar Alonso.
Cuando sus servidores llegaron despavoridos a noticiarle la muerte del
primogénito de Alcudiel, que a la mañana había aparecido devorado por los lobos
entre las malezas del Monte de las Ánimas, la encontraron inmóvil, crispada,
asida con ambas manos a una de las columnas de ébano del lecho, desencajados los
ojos, entreabierta la boca; blancos los labios, rígidos los miembros, muerta;
¡muerta de horror!
IV
Dicen que después de acaecido este suceso, un cazador extraviado que
pasó la noche de difuntos sin poder salir del Monte de las Ánimas, y que al otro
día, antes de morir, pudo contar lo que viera, refirió cosas horribles. Entre
otras, asegura que vio a los esqueletos de los antiguos templarios y de los
nobles de Soria enterrados en el atrio de la capilla levantarse al punto de la
oración con un estrépito horrible, y, caballeros sobre osamentas de corceles,
perseguir como a una fiera a una mujer hermosa, pálida y desmelenada, que con
los pies desnudos y sangrientos, y arrojando gritos de horror, daba vueltas
alrededor de la tumba de Alonso.
(Leyendas de Gustavo Adolfo Bécquer)
Necesitaba recuperar a Bécquer. Y siempre me ha gustado más sus leyendas que sus rimas. Aunque de pequeña me daban su miedito, lo reconozco...
ResponderEliminarBesotes!!!
A mí también me encanta Bécquer, pero yo prefiero sus rimas conoces la de "El arpa", supongo.
ResponderEliminarDel salón en el ángulo oscuro
De su dueña tal vez olvidada
Silenciosa y cubierta de polvo
Veíase el arpa.
Cuánta nota dormía en sus cuerdas
como el pájaro duerme en las ramas
esperando la mano de nieve
que sabe arrancarlas.
¡Ay! pensé cuántas veces el genio
así duerme en el fondo del alma
y una voz, como Lázaro, espera
que le diga ¡levántate y anda!
Perdona si hay algún error, escribo de memoria :S
Un beso shakiano!!
Me encantan sus leyendas pero sobre todo sus rimas.
ResponderEliminar¡Cuántas veces las leí tumbada en la cama deprimida porque mi novio me había salido rana! :))
Besitos.
Bécquer es uno de mis autores preferidos. Muy buena la entrada, Margarí.
ResponderEliminarUn abrazo.
Margari, como dices en tu anterior entrada solo tener el nombre de Bécquer en el título, ya sabemos que nos vamos a encontrar algo bueno.
ResponderEliminarMe encantan las leyendas de Becquer, pero me vas a permitir que me gusten más las de mi tierra Toledo, mi favorita, El Beso, y también de pequeña me daban un poco de "miedito" pero pronto, se me pasó y gracias a Becquer, mi amor por la lectura de fantasmas, y aparecidos, se hizo más y más fuerte, a si que tal vez se lo deba a esa desgarrada banda azul, que fue a buscar Alonso, una entrada genial, muchas gracias amiga,
un abrazo, feliz día.
Leí hace ya un tiempito El Monte de las ánimas, junto a otras cosas más de Bécquer, y me gustó muchísimo (más en comparación, porque el resto de lo que leí de Bécquer no me llamó tanto la atención). Muy buen final.
ResponderEliminarMe alegra habérmelo encontrado nuevamente por acá.
Saludos.
Esta es una de las leyendas que más me gusta de Bécquer. Un bsillo
ResponderEliminarPD: También me dio miedillo en su momento
¡Muchas gracias, Margari! Parece que has accedido a mi petición :) Qué bueno..."así pasó una hora, dos, la noche, un siglo, porque la noche aquella pareció eterna". Una prosa muy lírica. ¡Un placer leerlo!
ResponderEliminarDe nuevo, mil gracias. Un beso.
Hubo un tiempo en que las Leyendas de Bécquer me fascinaban, pero ahora no puedo con ellas. ¿Será que a medida que va pasando el tiempo el tema de la muerte me acongoja mucho más...? No te quepa la menor duda, Margari. Un besito... y menos mal que estoy de vacaciones y mañana no madrugo porque las ánimas del monte me van a dar la noche, jeje.
ResponderEliminarCuando encontré este libro hace tiempo atrás me emocione, me pareció una idea interesante, leyendas, siempre me han encantado y agregando la gran poética de Becquer tienen que ser solo placer. Todavía no lo leo pero está en mi biblioteca. Un beso.
ResponderEliminar¡Me encantó! Había leído otro texto corto del autor, pero no como este. Seguiré buscando más.
ResponderEliminarUn abrazo.
Cómo me gusta Bécquer. Sus leyendas son insuperables todas. Gracias por traerlo!!
ResponderEliminarBesotes
Bueno pues soy la única de todos los comentarios que no sabe apreciarlo...de hecho no las he leído (si exceptúamos las que leí en su día en el colegio y de las que ni me acuerdo).
ResponderEliminarUn beso!
Me encanta Bécquer, muchas gracias por traernos esta entrada ya que hace años que lei sus leyendas y ha estado bien recordar
ResponderEliminarbesos
Adoro la obra de Bécquer, tanto Rimas como Leyendas! Hacía tiempo que no leía nada suyo, pero con la entrada de hoy, me lo has vuelto a traer a la memoria. Un gustazo leerle (y leerte), como siempre. 1beso!
ResponderEliminarEs una de mis leyendas favoritas, me encanta. Gracias por traérnosla...
ResponderEliminar¡Besines!
Menuda maravilla nos traes. Siempre he preferido las leyendas a las rimas.
ResponderEliminarY viene bien después de tanta reseña errática.
Besos
La releí el año pasado para la asignatura de Romanticismo y el examen de la UNED. Bécquer es siempre un placer.
ResponderEliminarBesos,
Jajajaja, qué gracia me ha hecho ver esta entrada. Necesitabas al auténtico Becquer, eh!?? No he leído la entrada pero la leeré cuando tengo un poco más de tiempo.
ResponderEliminarBesos y feliz finde!
¡Qué buenos recuerdos me traen estas lecturas, a clase de literatura de colegio! Y como suele ser habitual, las saboreé mucho más cuando terminé y dejaron de ser una obligación para pasar a leerlas por placer.
ResponderEliminarBesitos.
Bécquer, eterno Bécquer, que no Bécquer eterno, como la novela. Uno de mis poetas preferidos. Nos traes un buen recuerdo, desde luego. Las golondrinas de este gran poeta son inolvidables. Como él decía, volverán las oscuras golondrinas... Besos.
ResponderEliminargenia, genial, genial!!! te ha pasado como a mi, es lo positivo que has sacado de la lectura, te han entrado ganas de Bécquer, eh? :-)
ResponderEliminarEsta vez no me voy a extender mucho: ¡muero con Bécquer!
ResponderEliminarADORO a Bécquer... leí sus Rimas y Leyendas en el colegio por primera vez y me enamoré, no puedo decir más!
ResponderEliminarbesotes
Me gustan las rimas tanto como las leyendas, asi que me ha gustado releer esta, besos
ResponderEliminarShaka, me gustan mucho sus rimas, pero me ganan sus leyendas. Será también que con ellas descubrí al autor. Precioso el poema que nos traes, y meritazo acordarte de él enterito.
ResponderEliminarInesM, y yo también las leía!!! Yo creo que casi todas hemos leído sus versos en esos momentos...
Pedro, gracias! Bécquer está en la lista de favoritos de muchos.
Jota, a mí me gustan todas. Pero poder ponerle imagen a los sitios donde se desarrolla la historia es un lujazo. Normal que te guste más El beso. No he elegido esta leyenda porque sea la que más me guste. La he elegido porque fue la primera leyenda que leí de Bécquer y luego ya vinieron las demás. Y las volví a leer, y las volví a leer, y las volví...
Rodrigo, me alegra que te haya gustado la entrada. La verdad es que esta historia tiene un final inmejorable. Pone los pelos de punta. Al menos a mí, que soy miedica...
Marilú, pero miedillo que pasaba. Como me tapaba con las sábanas...
Offuscatio, pues sí, que estaba preparando mi entrada para los lunes, esta vez con Bécquer, que leí tu comentario. Y me acordé de sus leyendas, que aún me gustan más. Que este tipo de historias siempre me ha gustado. Y pensé que siempre te habíamos hablado del Bécquer poeta, pero no del Bécquer prosista. Así que mejor forma que hacerlo que con una de sus famosas leyendas. Me alegra que te haya gustado.
Koncha, a mí me siguen fascinando. Quizás no como cuando era más joven, que siempre te sorprende más todo. Pero me sigue gustando muchísimo.
Mario, pues tienes que darle una oportunidad prontito. Creo que te puede gustar.
Pablo, me alegra haberte animado a conocer más a este autor.
Marylin, gracias a ti! Me alegra que te haya gustado la entrada de hoy tanto.
Lesincele, no a todo el mundo puede gustar. Espero acertar contigo en otra ocasión.
Tatty, también hace años que no leía sus leyendas. Y creo que ahora que tengo el libro tan a mano...
TIzire, me gusta también tanto el Bécquer poeta como el de las Leyendas. Más el último, porque son historias que siempre me han gustado mucho. Gracias a ti!
Lady Boheme, es que ese final... Cuando lo leí con 12 ó 13 años me dejó un miedo en el cuerpo...
Mientrasleo, entonces te pasa como a mí. Aunque me gustan mucho sus rimas, prefiero las leyendas.
Carmen, sí, un auténtico placer.
Narayani, sííííí, jajaja. Lo necesitaba. Era muy sosito el otro...
Pilar, yo las disfruté en el colegio, en casa, y en todo momento. Aunque me hizo pasar mucho miedo cuando era chica, tengo que reconocerlo.
Francisco, sí, un autor de los que siempre va a ser recordado. Grandes Rimas nos dejó, y grandes Leyendas.
Meg, sí, muchísimas ganas. Y el lunes más!!!
Jesús, del susto me moría yo la primera vez que leí este relato siendo niña, jajaaj Y desde ese momento muero también por él.
Shorby, yo creo que casi todos estamos igual. Es de los pocos autores que guardamos buenos recuerdos del cole.
SIlvia, me alegro. Y el lunes habrá un poquito más de Bécquer.
Besotes!!!
Para mí, descubrir Soria de la mano de un amante de la poesía de Machado y las Leyendas Becquer fue un lujazo (mi marido jejeje)
ResponderEliminarBesicos !
Después de abandonaros una temporadita, vengo... ¿Me dejas entrar? Je, je. Las leyendas de Bécquer no las conozco mucho más allá de la lectura obligada del colegio. Y hace tanto... Gracias a ti, las reencuentro.
ResponderEliminar¡Un besazo, Margari!
Susana, pues sí que es un lujazo. Dos grandes escritores!!!
ResponderEliminarRomán, hoy no paro de ver comentarios tuyos, jajaja. Estás que te sales... Y tú no preguntes, pasa, pasa, que hay confianza y la confianza da... ¡Muchísimas gracias por todas las visitas de hoy! Y sobre Bécquer, yo en cambio, las leí, las releí y las releí y las releí... ¡Qué me gustan estas leyendas!
Besotes!!!