martes, 21 de junio de 2011

Fragmento de El abanico de seda



Su cuento preferido era «La historia de la mujer que tea tres hermanos». Las niñas no lo sabían entero y no pidieron a mi madre que dirigiera las preguntas y respuestas, aunque ella había memorizado casi todo el texto. En cambio, suplicaron a mi tía que las guiara a lo largo del relato. Luna Hermosa y yo nos unimos a sus ruegos, porque el cuento —fascinante y verídico, trágico y cómico al mismo tiempo— era una buena manera de practicar los cantos relacionados con nuestra escritura secreta.
 
La historia se la había regalado a mi tía, bordada en un pañuelo, una de sus hermanas de juramento. Mi tía sacó el trozo de tela y lo desdobló con cuidado. Luna Hermosa y yo nos sentamos a su lado para ir leyendo los caracteres bordados mientras ella recitaba.

—Érase una vez una mujer que tenía tres hermanos —comenzó mi tía—. Todos tenían esposa, pero ella no estaba casada. Pese a que era virtuosa y trabajadora, sus hermanos no querían ofrecer una dote. ¡Qué desgraciada se sentía! ¿Qué podía hacer?

Mi madre contestó:

—Está tan triste que sale al jardín y se ahorca en un árbol.

 Luna Hermosa, mis dos hermanas, las hermanas de juramento y yo entonamos a coro:

—El hermano mayor recorre el jardín y finge no verla. El hermano mediano recorre el jardín y finge no ver que su hermana está muerta. El hermano pequeño la ve, rompe a llorar y se lleva el cadáver a la casa.

Desde el otro lado de la habitación, mi madre levantó la cabeza y me sorprendió observándola. Entonces sonrió, satisfecha quizá de que no me hubiera dejado ninguna palabra.
 
Mi tía continuó con la historia:

—Érase una vez una mujer que tenía tres hermanos. Cuando murió, nadie quiso ocuparse de su cadáver. Pese a que había sido virtuosa y trabajadora, sus hermanos no cuidaron de ella. ¡Qué crueldad! ¿Qué ocurrirá?

 —La desatienden cuando está muerta igual que cuando estaba viva, hasta que su cadáver empieza a oler mal —dijo mi madre.

  Una vez más, las niñas recitamos las frases que sabíamos de memoria:

—El hermano mayor da un trozo de tela para tapar su cadáver. El hermano mediano da dos trozos de tela. El hermano pequeño la envuelve con toda la ropa que encuentra para que no pase frío en el más allá.

—Érase una vez una mujer que tenía tres hermanos —prosiguió mi tía—. Ya está vestida para el más allá, pero sus hermanos no quieren gastar dinero en un ataúd. Ella era virtuosa y trabajadora, pero sus hermanos son tacaños. ¡Qué injusticia! ¿Encontrará algún día descanso la mujer?

—Sola, completamente sola —entonó mi madre—, errará convertida en fantasma. Mi tía nos guiaba señalando con un dedo los caracteres y nosotras intentábamos seguirla, aunque nos costaba reconocerlos todos.

—El hermano mayor dice: «No hace falta que la enterremos en un ataúd. Ya está bien como está.» El hermano mediano dice: «Podríamos enterrarla en esa caja vieja que hay en el cobertizo.» El hermano menor dice: «Éste es todo el dinero que tengo. Con él compraré un ataúd.»

Cuando nos acercamos al final, el ritmo de la historia cambió. Mi tía cantó:

—Érase una vez una mujer que tenía tres hermanos. Esto es lo que han hecho, pero ¿qué será de la hermana ahora? El hermano mayor es malo; el hermano mediano, cruel; pero el amor podría prender en el hermano menor. 

Las hermanas de juramento dejaron que Luna Hermosa y yo termináramos el cuento.

—El hermano mayor dice: «Enterrémosla aquí, junto al camino de los carabaos.» (Donde la pisotearían eternamente.) El hermano mediano dice: «Enterrémosla bajo el puente.» (Donde el agua se la llevaría.) El hermano menor, el único que tiene buen corazón, dice: «La enterraremos detrás de la casa para que todos la recuerden.» Al final la hermana, que había tenido una vida desgraciada, halló gran felicidad en el más allá.

Me encantaba esa historia. Era divertido recitarla con mi madre y las demás, pero después de la muerte de mi abuela y mi hermana entendía mejor los mensajes que encerraba. El relato me enseñaba que una muchacha -o una mujer- podía tener un valor diferente para cada persona. También ofrecía instrucciones prácticas sobre cómo atender a los difuntos: cómo tratar el cadáver, qué prendas ponerle para que emprendiera el viaje a la eternidad, dónde enterrarlo. Mi familia había hecho todo lo posible por seguir esas normas, y yo también lo haría cuando me convirtiera en esposa y madre.

Foto: http://espanol.cri.cn/mmsource/images/2007/08/15/1180495682494.jpg

10 comentarios:

  1. Margari, en cuanto leas esto, porfa mandame mail a mais_place@hotmail.com, que no veo tu mail y quiero comentarte una cosita.

    Besotesss

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  2. Ya me había llegado la existencia de este libro pero es que con el fragmento que has puesto... ¿quién se podría resistir? A la biblioteca me voy de cabeza. Vale, cuando abran.

    Un besazo!

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  3. Pues un "fragmentote"!!! Pero muy lindo. Me has picado la curiosidad.
    Saludos!!!

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  4. (Belén)
    Me gusta el fragmento, no conocía este libro pero me lo apunto a ver si doy con él.
    Besitos.

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  5. ohh me encantó este libro, qué bien que lo estés leyendo, espero tu reseña con ansiedad je je qué ganas tengo de que lo comentemos. un besote

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  6. Tenía curiosidad por este libro, tras tu entrada creo que me apuntaré a leerlo.
    Un besito
    Isabelnotebook

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  7. Me parece maravilloso el fragmento que nos pones, Margari. Qué ganas me han dado de leer el libro, hija.

    bsos!

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  8. Esta pequeña historia que se cuenta aquí me gustó mucho, así que quería compartirla con vosotr@s. Me alegra que os haya gustado.
    BESOTES A TOD@S!!!

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  9. ¡Me encantó este libro, Lisa See tiene un don...!

    Besazo!

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    1. Fue de mis mejores lecturas del pasado año. Y desde luego pienso repetir con esta autora, que me sorprendió muchísimo. ¡Y gracias por pasarte por mi rincón! Espero que te guste.
      Besotes!!!

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¡Muchísimas gracias por vuestros comentarios!