martes, 30 de junio de 2015

Leemos el Quijote (2º parte): Capítulo XLVII y capítulo XLVIII

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Capítulo XLVII:

Mucho humor encontramos en este capítulo, a costa de Sancho. Y es que éste empieza a descubrir que ser gobernador de una ínsula no es tan fácil como parece. Y que tener el poder no  significa que pueda disponer de todo cuando él quiera...  Ni siquiera iba a poder comer...

Cesó la música, sentóse Sancho a la cabecera de la mesa, porque no había más de aquel asiento, y no otro servicio en toda ella. Púsose a su lado en pie un personaje, que después mostró ser médico, con una varilla de ballena en la mano. Levantaron una riquísima y blanca toalla con que estaban cubiertas las frutas y mucha diversidad de platos de diversos manjares; uno que parecía estudiante echó la bendición, y un paje puso un babador randado a Sancho; otro que hacía el oficio de maestresala, llegó un plato de fruta delante; pero, apenas hubo comido un bocado, cuando el de la varilla tocando con ella en el plato, se le quitaron de delante con grandísima celeridad; pero el maestresala le llegó otro de otro manjar. Iba a probarle Sancho; pero, antes que llegase a él ni le gustase, ya la varilla había tocado en él, y un paje alzádole con tanta presteza como el de la fruta. Visto lo cual por Sancho, quedó suspenso, y, mirando a todos, preguntó si se había de comer aquella comida como juego de maesecoral.
Y no le gustarán los consejos del médico a Sancho. ¡Si es que no le dejaba comer de nada! Tan solo le aconsejó " para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que le asienten el estómago y le ayuden a la digestión." Ante esta respuesta, Sancho no pudo más:
-Pues, señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego delante, si no, voto al sol que tome un garrote y que a garrotazos, comenzando por él, no me ha de quedar médico en toda la ínsula, a lo menos de aquellos que yo entienda que son ignorantes; que a los médicos sabios, prudentes y discretos los pondré sobre mi cabeza y los honraré como a personas divinas. Y vuelvo a decir que se me vaya, Pedro Recio, de aquí; si no, tomaré esta silla donde estoy sentado y se la estrellaré en la cabeza; y pídanmelo en residencia, que yo me descargaré con decir que hice servicio a Dios en matar a un mal médico, verdugo de la república. Y denme de comer, o si no, tómense su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas.
Además de esto, recibirá carta del duque, que le comunicará que se prepare para la guerra, y que tenga cuidado, que puede ser traicionado por alguien muy cercano a él. ¿Quién dijo que ser gobernador era tarea fácil?

Capítulo XLVIII:

Don Quijote sigue dolido por los arañazos de los gatos y está descansando en su aposento cuando nota abrirse la puerta. Aunque pensó en la doncella enamorada, Altisidora, pronto ve que es una dueña " con unas tocas blancas repulgadas y luengas, tanto, que la cubrían y enmantaban desde los pies a la cabeza. Entre los dedos de la mano izquierda traía una media vela encendida, y con la derecha se hacía sombra, porque no le diese la luz en los ojos, a quien cubrían unos muy grandes antojos. Venía pisando quedito, y movía los pies blandamente." Ante esta imagen, solo pudo pensar que una bruja acudía a él. Así que no pudo evitar asustarse como tampoco pudo evitar asustar a la dueña que entraba. Y es que lo que ella veía era un hombre "envuelto de arriba abajo en una colcha de raso amarillo, una galocha en la cabeza, y el rostro y los bigotes vendados: el rostro, por los aruños; los bigotes, porque no se le desmayasen y cayesen; en el cual traje parecía la más extraordinaria fantasma que se pudiera pensar."

Pero pronto se aclaró la situación y la dueña le explicó a don Quijote quien era y lo que quería de él. Y éste pronto aclaró que no estaba para ninguna petición celestinesca, que él estaba enamorado de Dulcinea.  Pero ella solo quería ayuda para su hija. Y de paso, también le daba pistas a nuestro caballero  sobre el verdadero carácter de Altisidora y de la duquesa.
...de esta mi muchacha se enamoró un hijo de un labrador riquísimo que está en una aldea del duque mi señor, no muy lejos de aquí. En efecto, no sé cómo ni cómo no, ellos se juntaron, y, debajo de la palabra de ser su esposo, burló a mi hija, y no se la quiere cumplir; y, aunque el duque mi señor lo sabe, porque yo me he quejado a él, no una, sino muchas veces, y pedídole mande que el tal labrador se case con mi hija, hace orejas de mercader y apenas quiere oírme; y es la causa que, como el padre del burlador es tan rico y le presta dineros, y le sale por fiador de sus trampas por momentos, no le quiere descontentar ni dar pesadumbre en ningún modo.» Querría, pues, señor mío, que vuesa merced tomase a cargo el deshacer este agravio, o ya por ruegos, o ya por armas, pues, según todo el mundo dice, vuesa merced nació en él para deshacerlos y para enderezar los tuertos y amparar los miserables; y póngasele a vuesa merced por delante la orfandad de mi hija, su gentileza, su mocedad, con todas las buenas partes que he dicho que tiene; que en Dios y en mi conciencia que de cuantas doncellas tiene mi señora, que no hay ninguna que llegue a la suela de su zapato, y que una que llaman Altisidora, que es la que tienen por más desenvuelta y gallarda, puesta en comparación de mi hija, no la llega con dos leguas. Porque quiero que sepa vuesa merced, señor mío, que no es todo oro lo que reluce; porque esta Altisidorilla tiene más de presunción que de hermosura, y más de desenvuelta que de recogida, además que no está muy sana: que tiene un cierto allento cansado, que no hay sufrir el estar junto a ella un momento. Y aun mi señora la duquesa... Quiero callar, que se suele decir que las paredes tienen oídos.
Tal y como acabó la dueña de contar su historia, de forma brusca entraron varias personas en los aposentos de don Quijote y tal fue el susto que la vela se le cayó a la mujer quedando la habitación a oscuras.
Luego sintió la pobre dueña que la asían de la garganta con dos manos, tan fuertemente que no la dejaban gañir, y que otra persona, con mucha presteza, sin hablar palabra, le alzaba las faldas, y con una, al parecer, chinela, le comenzó a dar tantos azotes, que era una compasión; y, aunque don Quijote se la tenía, no se meneaba del lecho, y no sabía qué podía ser aquello, y estábase quedo y callando, y aun temiendo no viniese por él la tanda y tunda azotesca. Y no fue vano su temor, porque, en dejando molida a la dueña los callados verdugos (la cual no osaba quejarse), acudieron a don Quijote, y, desenvolviéndole de la sábana y de la colcha, le pellizcaron tan a menudo y tan reciamente, que no pudo dejar de defenderse a puñadas, y todo esto en silencio admirable. Duró la batalla casi media hora; saliéronse las fantasmas, recogió doña Rodríguez sus faldas, y, gimiendo su desgracia, se salió por la puerta afuera, sin decir palabra a don Quijote, el cual, doloroso y pellizcado, confuso y pensativo, se quedó solo, donde le dejaremos deseoso de saber quién había sido el perverso encantador que tal le había puesto. Pero ello se dirá a su tiempo, que Sancho Panza nos llama, y el buen concierto de la historia lo pide.
Lleva otra vez nuestro caballero una rachita... Que no hay manera de que termine bien un capítulo.
 

domingo, 28 de junio de 2015

La soledad del mánager de Manuel Vázquez Montalbán

La soledad del mánager
Manuel Vázquez Montalbán
Editorial Planeta, 2004 (1977)
Un hombre aparece muerto con unas bragas de mujer en el bolsillo. La viuda encarga la investigación del caso a un «huelebraguetas» gallego, un detective privado de complejo pasado. Lo que parecía ser un ajuste de cuentas sexual se convierte en un ajuste de cuentas político que tiene como fondo la sociedad española a medio camino entre la muerte de Franco y el intento de consolidación democrática. Carvalho trata de compensar sus angustias e inhibiciones guisando un salmis de pato a las dos de la madrugada o haciendo el amor con la pasividad de un animal caliente pero escéptico.
Si Tatuaje me gustó, La soledad del mánager es aún mejor. Y desde luego, cuando pase un tiempo, seguiré con esta saga, que Carvalho se está haciendo, poco a poco, de mis personajes favoritos. Me recuerda mucho a Marlowe, ese gran personaje de Chandler. Como él, es cínico, irónico, un tanto pesimista y muy crítico con la sociedad en que le ha tocado vivir. Y es que son años difíciles. La muerte de Franco aún está muy cerca y España parece todavía no asimilarlo. Le cuesta despertar, le cuesta aceptar esa reciente democracia, esa libertad a la que no está acostumbrada. 

La investigación está perfectamente narrada. Ningún pero puedo ponerle. Pero lo mejor está realmente en su ambientación. Los pasos de Carvalho le llevarán a conocer a esa clase burguesa que hizo su riqueza en la dictadura franquista y no quiere que la democracia le impida seguir acumulando más dinero, más poder. Y para ello cambiarán sus ideales. Si antes eran franquistas, ahora serán demócratas. Porque el único ideal que ellos realmente siguen es el del poder del dinero. Y si para seguir manteniéndose ahí arriba, tienen que meter el miedo en la gente, lo harán, sin problemas. Mira que han pasado años, pero aún sigue describiendo la situación actual...
Creas la sensación de que el poder no controla la situación y de que el sistema político no sirve para garantizar el orden (...) Casi siempre en favor del propio poder, que así obtiene coartadas y cheques en blanco para hacer lo que le pasa por los cojones y como le pasa por los cojones.

No le tiembla la mano a Montalbán a la hora de denunciar y hacernos ver cómo fueron esos años de transición. Años llenos de corrupción, porque todo era válido para que en la cúspide del poder siguieran los mismos.

Y tampoco le tiembla a la hora de reflexionar sobre la cultura:
"Llenó el bidet y luego buscó en las páginas literarias y en ellas el escrito de Fernado Monegal, el mejor crítico español de teatro polaco, predilecto de Carvalho no sólo por la capacidad absorbente del papel sino por la no menor capacidad absorbente de lo impreso. Diríase que se establecía una síntesis inestimable entre el papel y el artículo en la función de dejar el año preparado para el definitivo lavado en el bidet."
 Una novela para leer y releer,  porque no sólo encontramos unos buenos personajes y una buena trama, sino que también hallamos una valiente visión de los acontecimientos de estos años. Y todo acompañado por una prosa de gran calidad que convierte la lectura de esta novela en un auténtico deleite.



jueves, 25 de junio de 2015

Las lecturas de Marta: ¡Peligro: yetis! de Eleanor Hawken

Cuando la vida de Samu empieza a volver a la normalidad, en el zoo aparece un gusano parlanchín pidiendo ayuda para encontrar a su mejor amigo, el jefe de los yetis, que ha sido secuestrado. ¡Menos mal que a Samu le echarán un cable su frikipandilla y la rana de los deseos, un anfibio muy peculiar!
Aventuras, humor, fantasía, acción... ¿Cómo no va a gustarle a mi hija este libro? Tanto lo ha disfrutado que hemos tenido que comprarle ya el primero de esta saga para ponerse al día con esta historia. Y enterarnos bien por qué toda la familia de Samu se convirtió en hombres lobos en el anterior libro. Promete ser una aventura también la mar de entretenida.
Con un lenguaje sencillo, fresco, ágil, no ha tenido problemas mi hija para devorar este libro en tres tardes. Y porque ahora es una época de año en que está disparatada, como buena niña que es, que si no, estoy segura que le hubiera durado menos. Y es que es un libro muy entretenido, muy dinámico, con capítulos cortos que terminan con la "intringulis" necesaria para querer continuar con el siguiente. Y también su éxito radica en la bonita y cuidada edición del libro. Son aspectos que hay que cuidar mucho cuando nos referimos al pequeño lector. Y en este sentido a este libro hay que ponerle un sobresaliente. En definitiva, un libro ideal para los lectores entre los nueve y los doce años aproximadamente.
¡Muchísimas gracias a la editorial Bruño por el ejemplar!

martes, 23 de junio de 2015

Leemos el Quijote (2º parte): Capítulo XLV y capítulo XLVI

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Capítulo XLV:

Empieza este capítulo con un tono humorístico:
¡Oh perpetuo descubridor de los antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo, meneo dulce de las cantimploras, Timbrio aquí, Febo allí, tirador acá, médico acullá, padre de la Poesía, inventor de la Música: tú que siempre sales, y, aunque lo parece, nunca te pones! A ti digo, ¡oh sol, con cuya ayuda el hombre engendra al hombre!; a ti digo que me favorezcas, y alumbres la escuridad de mi ingenio, para que pueda discurrir por sus puntos en la narración del gobierno del gran Sancho Panza; que sin ti, yo me siento tibio, desmazalado y confuso.
Y continúa en este mismo tono, al mencionar el nombre de la ínsula dada a Sancho:
Digo, pues, que con todo su acompañamiento llegó Sancho a un lugar de hasta mil vecinos, que era de los mejores que el duque tenía. Diéronle a entender que se llamaba la ínsula Barataria, o ya porque el lugar se llamaba Baratario, o ya por el barato con que se le había dado el gobierno.
Y Sancho, desde el principio, demuestra su personalidad, con orgullo. No quiere que lo llamen de "don", que nunca le han llamado de ese modo. 
-Pues advertid, hermano -dijo Sancho-, que yo no tengo don, ni en todo mi linaje le ha habido: Sancho Panza me llaman a secas, y Sancho se llamó mi padre, y Sancho mi agüelo, y todos fueron Panzas, sin añadiduras de dones ni donas; y yo imagino que en esta ínsula debe de haber más dones que piedras; pero basta: Dios me entiende, y podrá ser que, si el gobierno me dura cuatro días, yo escardaré estos dones, que, por la muchedumbre, deben de enfadar como los mosquitos. Pase adelante con su pregunta el señor mayordomo, que yo responderé lo mejor que supiere, ora se entristezca o no se entristezca el pueblo. 
Y todos están dispuestos a seguir burlándose de Sancho, pero éste demuestra sensatez e incluso sabiduría en sus primeros juicios.

-Señor gobernador, yo y este hombre labrador venimos ante vuestra merced en razón que este buen hombre llegó a mi tienda ayer (que yo, con perdón de los presentes, soy sastre examinado, que Dios sea bendito), y, poniéndome un pedazo de paño en las manos, me preguntó: ''Señor, ¿habría en esto paño harto para hacerme una caperuza?'' Yo, tanteando el paño, le respondí que sí; él debióse de imaginar, a lo que yo imagino, e imaginé bien, que sin duda yo le quería hurtar alguna parte del paño, fundándose en su malicia y en la mala opinión de los sastres, y replicóme que mirase si habría para dos; adivinéle el pensamiento y díjele que sí; y él, caballero en su dañada y primera intención, fue añadiendo caperuzas, y yo añadiendo síes, hasta que llegamos a cinco caperuzas, y ahora en este punto acaba de venir por ellas: yo se las doy, y no me quiere pagar la hechura, antes me pide que le pague o vuelva su paño.

-¿Es todo esto así, hermano? -preguntó Sancho.

-Sí, señor -respondió el hombre-, pero hágale vuestra merced que muestre las cinco caperuzas que me ha hecho.

-De buena gana -respondió el sastre.

Y, sacando encontinente la mano debajo del herreruelo, mostró en ella cinco caperuzas puestas en las cinco cabezas de los dedos de la mano, y dijo:

-He aquí las cinco caperuzas que este buen hombre me pide, y en Dios y en mi conciencia que no me ha quedado nada del paño, y yo daré la obra a vista de veedores del oficio.

Todos los presentes se rieron de la multitud de las caperuzas y del nuevo pleito. Sancho se puso a considerar un poco, y dijo:

-Paréceme que en este pleito no ha de haber largas dilaciones, sino juzgar luego a juicio de buen varón; y así, yo doy por sentencia que el sastre pierda las hechuras, y el labrador el paño, y las caperuzas se lleven a los presos de la cárcel, y no haya más.

Si la sentencia pasada de la bolsa del ganadero movió a admiración a los circunstantes, ésta les provocó a risa; pero, en fin, se hizo lo que mandó el gobernador; ante el cual se presentaron dos hombres ancianos; el uno traía una cañaheja por báculo, y el sin báculo dijo:

-Señor, a este buen hombre le presté días ha diez escudos de oro en oro, por hacerle placer y buena obra, con condición que me los volviese cuando se los pidiese; pasáronse muchos días sin pedírselos, por no ponerle en mayor necesidad de volvérmelos que la que él tenía cuando yo se los presté; pero, por parecerme que se descuidaba en la paga, se los he pedido una y muchas veces, y no solamente no me los vuelve, pero me los niega y dice que nunca tales diez escudos le presté, y que si se los presté, que ya me los ha vuelto. Yo no tengo testigos ni del prestado ni de la vuelta, porque no me los ha vuelto; querría que vuestra merced le tomase juramento, y si jurare que me los ha vuelto, yo se los perdono para aquí y para delante de Dios.

-¿Qué decís vos a esto, buen viejo del báculo? -dijo Sancho.

A lo que dijo el viejo:

-Yo, señor, confieso que me los prestó, y baje vuestra merced esa vara; y, pues él lo deja en mi juramento, yo juraré como se los he vuelto y pagado real y verdaderamente.

Bajó el gobernador la vara, y, en tanto, el viejo del báculo dio el báculo al otro viejo, que se le tuviese en tanto que juraba, como si le embarazara mucho, y luego puso la mano en la cruz de la vara, diciendo que era verdad que se le habían prestado aquellos diez escudos que se le pedían; pero que él se los había vuelto de su mano a la suya, y que por no caer en ello se los volvía a pedir por momentos. Viendo lo cual el gran gobernador, preguntó al acreedor qué respondía a lo que decía su contrario; y dijo que sin duda alguna su deudor debía de decir verdad, porque le tenía por hombre de bien y buen cristiano, y que a él se le debía de haber olvidado el cómo y cuándo se los había vuelto, y que desde allí en adelante jamás le pidiría nada. Tornó a tomar su báculo el deudor, y, bajando la cabeza, se salió del juzgado. Visto lo cual Sancho, y que sin más ni más se iba, y viendo también la paciencia del demandante, inclinó la cabeza sobre el pecho, y, poniéndose el índice de la mano derecha sobre las cejas y las narices, estuvo como pensativo un pequeño espacio, y luego alzó la cabeza y mandó que le llamasen al viejo del báculo, que ya se había ido. Trujéronsele, y, en viéndole Sancho, le dijo:

-Dadme, buen hombre, ese báculo, que le he menester.

-De muy buena gana -respondió el viejo-: hele aquí, señor.

Y púsosele en la mano. Tomóle Sancho, y, dándosele al otro viejo, le dijo:

-Andad con Dios, que ya vais pagado.

-¿Yo, señor? -respondió el viejo-. Pues, ¿vale esta cañaheja diez escudos de oro?

-Sí -dijo el gobernador-; o si no, yo soy el mayor porro del mundo. Y ahora se verá si tengo yo caletre para gobernar todo un reino.

Y mandó que allí, delante de todos, se rompiese y abriese la caña. Hízose así, y en el corazón della hallaron diez escudos en oro. Quedaron todos admirados, y tuvieron a su gobernador por un nuevo Salomón.

Preguntáronle de dónde había colegido que en aquella cañaheja estaban aquellos diez escudos, y respondió que de haberle visto dar el viejo que juraba, a su contrario, aquel báculo, en tanto que hacía el juramento, y jurar que se los había dado real y verdaderamente, y que, en acabando de jurar, le tornó a pedir el báculo, le vino a la imaginación que dentro dél estaba la paga de lo que pedían. De donde se podía colegir que los que gobiernan, aunque sean unos tontos, tal vez los encamina Dios en sus juicios; y más, que él había oído contar otro caso como aquél al cura de su lugar, y que él tenía tan gran memoria, que, a no olvidársele todo aquello de que quería acordarse, no hubiera tal memoria en toda la ínsula. Finalmente, el un viejo corrido y el otro pagado, se fueron, y los presentes quedaron admirados, y el que escribía las palabras, hechos y movimientos de Sancho no acababa de determinarse si le tendría y pondría por tonto o por discreto. 

Capítulo XLVI:

Volvemos con don Quijote en este capítulo. Preocupado por el amor que cree que siente Altisidora por él, decide cantarle unos versos.

-Haga vuesa merced, señora, que se me ponga un laúd esta noche en mi aposento, que yo consolaré lo mejor que pudiere a esta lastimada doncella; que en los principios amorosos los desengaños prestos suelen ser remedios calificados.
Los duques aprovechan la situación para burlarse de nuestro caballero de nuevo. Así, dejan que don Quijote recite sus versos:
-Suelen las fuerzas de amor
sacar de quicio a las almas,
tomando por instrumento
la ociosidad descuidada.
Suele el coser y el labrar,
y el estar siempre ocupada,
ser antídoto al veneno
de las amorosas ansias.
Las doncellas recogidas
que aspiran a ser casadas,
la honestidad es la dote
y voz de sus alabanzas.
Los andantes caballeros,
y los que en la corte andan,
requiébranse con las libres,
con las honestas se casan.
Hay amores de levante,
que entre huéspedes se tratan,
que llegan presto al poniente,
porque en el partirse acaban.
El amor recién venido,
que hoy llegó y se va mañana,
las imágines no deja
bien impresas en el alma.
Pintura sobre pintura
ni se muestra ni señala;
y do hay primera belleza,
la segunda no hace baza.
Dulcinea del Toboso
del alma en la tabla rasa
tengo pintada de modo
que es imposible borrarla.
La firmeza en los amantes
es la parte más preciada,
por quien hace amor milagros,
y asimesmo los levanta. 
Y justo al terminar su poema...
...desde encima de un corredor que sobre la reja de don Quijote a plomo caía, descolgaron un cordel donde venían más de cien cencerros asidos, y luego, tras ellos, derramaron un gran saco de gatos, que asimismo traían cencerros menores atados a las colas. Fue tan grande el ruido de los cencerros y el mayar de los gatos, que, aunque los duques habían sido inventores de la burla, todavía les sobresaltó; y, temeroso, don Quijote quedó pasmado. Y quiso la suerte que dos o tres gatos se entraron por la reja de su estancia, y, dando de una parte a otra, parecía que una región de diablos andaba en ella. Apagaron las velas que en el aposento ardían, y andaban buscando por do escaparse. El descolgar y subir del cordel de los grandes cencerros no cesaba; la mayor parte de la gente del castillo, que no sabía la verdad del caso, estaba suspensa y admirada.
Creyó, de nuevo, don Quijote, que los hechiceros volvían a atacarle y se enfrentó a los gatos con todo su valor, pero de poco le sirvió.

Y, volviéndose a los gatos que andaban por el aposento, les tiró muchas cuchilladas; ellos acudieron a la reja, y por allí se salieron, aunque uno, viéndose tan acosado de las cuchilladas de don Quijote, le saltó al rostro y le asió de las narices con las uñas y los dientes, por cuyo dolor don Quijote comenzó a dar los mayores gritos que pudo. Oyendo lo cual el duque y la duquesa, y considerando lo que podía ser, con mucha presteza acudieron a su estancia, y, abriendo con llave maestra, vieron al pobre caballero pugnando con todas sus fuerzas por arrancar el gato de su rostro. Entraron con luces y vieron la desigual pelea; acudió el duque a despartirla, y don Quijote dijo a voces:

-¡No me le quite nadie! ¡Déjenme mano a mano con este demonio, con este hechicero, con este encantador, que yo le daré a entender de mí a él quién es don Quijote de la Mancha!

Pero el gato, no curándose destas amenazas, gruñía y apretaba. Mas, en fin, el duque se le desarraigó y le echó por la reja.

Quedó don Quijote acribado el rostro y no muy sanas las narices, aunque muy despechado porque no le habían dejado fenecer la batalla que tan trabada tenía con aquel malandrín encantador.
Y encima tuvo que aguantar que mientras era curado, Altisidora le dijera estas palabras a su oído:
-Todas estas malandanzas te suceden, empedernido caballero, por el pecado de tu dureza y pertinacia; y plega a Dios que se le olvide a Sancho tu escudero el azotarse, porque nunca salga de su encanto esta tan amada tuya Dulcinea, ni tú lo goces, ni llegues a tálamo con ella, a lo menos viviendo yo, que te adoro. 
Los duques terminan algo pesarosos, porque no pensaban que la burla terminara de ese modo. Y es que en ningún momento estos personajes piensan en las consecuencias de sus actos.

domingo, 21 de junio de 2015

Un beso de amigo de Juan Madrid

Un beso de amigo
Juan Madrid
Zeta Bolsillo,  2008 (1980)
Novela negra de la buena, castiza y con buenos toques de humor. La primera entrega de la serie dedicada a Toni Romano. En ella, el protagonista vive la transición democrática en Madrid, frecuentando los bajos fondos al tiempo que descorre el velo de la corrupción y del poder del dinero.

Llevaba ya tiempo queriendo leer a este autor y la yincana organizada por Kayena y Carmina me ha dado el empujón definitivo para coger alguno de sus libros de la biblioteca. Y elegí este primer libro protagonizado por Toni Romano. 

Y me ha gustado. Sí digo que lo hubiera disfrutado más si no hubiera enlazado tantas novelas negras seguidas y noto que empiezo a cansarme de tantos crímenes y de este mundo tan sórdido. Empiezo a necesitar algo más optimista. Pero sí, es un buen libro, con todos los ingredientes necesarios para una buena novela negra: asesinatos, mucha acción, la rubia despampanante, desapariciones... Y un personaje principal con mucha personalidad. Tony Romano es un exboxeador y expolicía. Ni siquiera Tony Romano es su verdadero nombre. Es el nombre con el que se le conocía cuando se dedicaba a dar puñetazos en el ring. Pero es mejor para su oficio de detective que su verdadero nombre, Antonio Carpintero. Y Tony Romano es un hombre seguro de sí mismo, confiado, que le gusta hacer las cosas a su manera. Que no se vende solo por dinero. Que le gusta evitar los problemas innecesarios. Realmente el caso que le ocupa en esta novela no es un caso que le guste, no quiere dedicarse a él, más bien es arrastrado por las circunstancias para ocuparse de él.  

Destaca esta novela también por su ambientación. Consigue el autor que retrocedamos en el tiempo y paseemos por el Madrid de finales de los 70 y  primeros años 80, esos años difíciles de la transición. En los que aún vive el miedo a Franco, en los que aún da miedo ver un uniforme de policía... 

Otro gran acierto es el estilo del autor, sencillo, directo, contundente. Apenas hay descripciones y cuando las hay ni sobran ni faltan palabras. Sí hay muchos diálogos, muy coloquiales, naturales, nada forzados. Y a través de ellos conocemos a los personajes que van apareciendo en esta novela.  

El ritmo es frenético en esta novela. En las primeras páginas ya el autor nos presenta a Toni Romano metido en faena, buscando a una joven desaparecida. Y a partir de ese momento la acción es continúa y no hay ni descanso ni momento para el aburrimiento hasta llegar a la última página.  

Me ha convencido Toni Romano. Tanto, que cuando descanse un poco del género, seguro que volveré a la biblioteca a seguir disfrutando de sus investigaciones, que también tiene unas pocas. 


jueves, 18 de junio de 2015

Africanus, el hijo del cónsul de Santiago Posteguillo

Africanus, el hijo del cónsul
Santiago Posteguillo
Ediciones B, 2008
A finales del siglo III a. C., Roma se encontraba al borde de la destrucción total, a punto de ser aniquilada por los ejércitos cartagineses al mando de uno de los mejores estrategas militares de todos los tiempos: Aníbal. Su alianza con Filipo V de Macedonia, que pretendía la aniquilación de Roma como Estado y el repartodel mundo conocido entre las potencias de Cartago y Macedonia, constituía una fuerza imparable que, de haber conseguido sus objetivos, habría determinado para siempre el devenir de Occidente. Pero el azar y la fortuna intervinieron para que las cosas fueran de otro modo. Pocos años antes del estallido del más cruento conflicto bélico que se hubiera vivido en Roma, nació un niño que estaba destinado a cambiar el curso de la historia: Publio Cornelio Escipión.

Con magistral precisión histórica y un excelente ritmo narrativo, Santiago Posteguillo presenta la historia de la infancia y juventud de Africanus, uno de los personajes más influyentes de Occidente.
Por fin me he estrenado con Santiago Posteguillo. Y desde luego ha superado todas mis expectativas, que estaban bastante altas.

Africanus, el hijo del cónsul es el primer libro de la trilogía que Santiago Posteguillo ha escrito sobre Publio Cornelio Escipión,  el único general romano que logró derrotar a Aníbal. Y a pesar de conocer el desenlace de la historia que nos cuenta, Posteguillo sabe captar toda nuestra atención y atraparnos entre sus páginas. La labor de documentación que el autor ha realizado es extraordinaria pero el verdadero mérito reside en que ha sabido plasmarla sin aburrir en ningún solo momento. Al contrario, resulta sumamente entretenido.

Uno de los grandes aciertos de este libro es el modo en que está contado. Así el autor va alternando capítulos protagonizados por los romanos y por los cartagineses, ofreciendo el punto de vista de ambos bandos. Aunque está claro que el protagonista es Publio Cornelio. En él están todas las virtudes. Quizás aquí está una de las partes que menos me ha gustado del libro. Que se nota la posición del autor y sus personajes son un tanto planos. Publio y su gente son muy buenos y  el resto muy malos... Así, Fabio Máximo es un malo muy astuto y cruel; Aníbal, un gran y vengativo estratega; la esposa de Publio es perfecta...

Pero esto no nos impide disfrutar de esta novela. Una novela que plasma a la perfección cómo era la vida de Roma en aquellos años, sobre todo, la vida política, llena de intrigas por el poder, de traiciones, de engaños... Porque el enemigo no estaba solo fuera de Roma, también estaba dentro. Y también tiene Posteguillo el acierto de contarnos como era la vida cultural en la ciudad en esos momentos a través de la figura de Tito Macio Plauto. Un personaje que, al principio nos va a descolocar un poco pero que luego termina captando todo nuestro interés, viendo todas las vicisitudes por las que tuvo que pasar hasta convertirse en el gran dramaturgo que fue.

Y están las batallas. Pero hasta estas escenas he disfrutado. Porque Posteguillo las describe muy bien. Sabemos en todo momento las estrategias de uno y otro y el autor consigue que visualicemos cada movimiento. Y tampoco se recrea durante mucho tiempo en estas escenas. Lo justo y necesario en este libro.

En definitiva, una gran novela. No os asuste el tocho que es. Una vez que la empiezas, es difícil soltar ya el libro. Y no solo resulta muy entretenido, sino que además aprendemos mucho de la historia de Roma. ¿Se puede pedir más?



martes, 16 de junio de 2015

Leemos el Quijote (2º parte): Capítulo XLIII y capítulo XLIV

http://bourbonstreet-porlomenix.blogspot.com.es/2015/01/reto-en-2015-leemos-el-quijote.html


Capítulo XLIII:

Continúa en este capítulo los consejos de don Quijote a Sancho. Demuestra así nuestro caballero que la locura solo le afecta en lo referente a asuntos de caballería. Introduce Cervantes aquí de nuevo el humor, y es que no podemos evitar la sonrisa cuando don Quijote le aconseja a Sancho que no haga más uso de los refranes y éste no puede evitar ensartar uno tras otro.

-También, Sancho, no has de mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles; que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias.

-Eso Dios lo puede remediar -respondió Sancho-, porque sé más refranes que un libro, y viénenseme tantos juntos a la boca cuando hablo, que riñen por salir unos con otros, pero la lengua va arrojando los primeros que encuentra, aunque no vengan a pelo. Mas yo tendré cuenta de aquí adelante de decir los que convengan a la gravedad de mi cargo, que en casa llena presto se guisa la cena, y quien destaja no baraja, y a buen salvo está el que repica, y el dar y el tener seso ha menester.

-¡Eso sí, Sancho! -dijo don Quijote-: ¡encaja, ensarta, enhila refranes, que nadie te va a la mano! ¡Castígame mi madre, y yo trómpogelas! Estoyte diciendo que escuses refranes, y en un instante has echado aquí una letanía dellos, que así cuadran con lo que vamos tratando como por los cerros de Úbeda. Mira, Sancho, no te digo yo que parece mal un refrán traído a propósito, pero cargar y ensartar refranes a troche moche hace la plática desmayada y baja.
(...)

¡Oh, maldito seas de Dios, Sancho! -dijo a esta sazón don Quijote-. ¡Sesenta mil satanases te lleven a ti y a tus refranes! Una hora ha que los estás ensartando y dándome con cada uno tragos de tormento. Yo te aseguro que estos refranes te han de llevar un día a la horca; por ellos te han de quitar el gobierno tus vasallos, o ha de haber entre ellos comunidades. Dime, ¿dónde los hallas, ignorante, o cómo los aplicas, mentecato, que para decir yo uno y aplicarle bien, sudo y trabajo como si cavase?

-Por Dios, señor nuestro amo -replicó Sancho-, que vuesa merced se queja de bien pocas cosas. ¿A qué diablos se pudre de que yo me sirva de mi hacienda, que ninguna otra tengo, ni otro caudal alguno, sino refranes y más refranes? Y ahora se me ofrecen cuatro que venían aquí pintiparados, o como peras en tabaque, pero no los diré, porque al buen callar llaman Sancho.

-Ese Sancho no eres tú -dijo don Quijote-, porque no sólo no eres buen callar, sino mal hablar y mal porfiar; y, con todo eso, querría saber qué cuatro refranes te ocurrían ahora a la memoria que venían aquí a propósito, que yo ando recorriendo la mía, que la tengo buena, y ninguno se me ofrece.

-¿Qué mejores -dijo Sancho- que "entre dos muelas cordales nunca pongas tus pulgares", y "a idos de mi casa y qué queréis con mi mujer, no hay responder", y "si da el cántaro en la piedra o la piedra en el cántaro, mal para el cántaro", todos los cuales vienen a pelo? Que nadie se tome con su gobernador ni con el que le manda, porque saldrá lastimado, como el que pone el dedo entre dos muelas cordales, y aunque no sean cordales, como sean muelas, no importa; y a lo que dijere el gobernador no hay que replicar, como al "salíos de mi casa y qué queréis con mi mujer". Pues lo de la piedra en el cántaro un ciego lo verá. Así que, es menester que el que vee la mota en el ojo ajeno, vea la viga en el suyo, porque no se diga por él: "espantóse la muerta de la degollada", y vuestra merced sabe bien que más sabe el necio en su casa que el cuerdo en la ajena. 
Capítulo XLIV:

Empieza este capítulo justificando Cide Hamete la inclusión de pequeñas novelas en la primera parte del Quijote, argumentando que resultaba aburrido hablar solo de don Quijote y Sancho. Y realza el valor de las mismas, ya que cree que no han tenido el valor que realmente merecen al estar el público lector más interesado en las andanzas de la pareja protagonista.

Tras esto, la trama vuelve de nuevo a Sancho, que marcha a gobernar su ínsula. El escudero reconoce en el mayordomo el rostro de la Dolorida, y así se lo dice a don Quijote. Y éste también lo reconoce, pero de nuevo le echa las culpas a esos hechiceros que siempre le persiguen.

-No hay para qué te lleve el diablo, Sancho, ni en justo ni en creyente, que no sé lo que quieres decir; que el rostro de la Dolorida es el del mayordomo, pero no por eso el mayordomo es la Dolorida; que, a serlo, implicaría contradición muy grande, y no es tiempo ahora de hacer estas averiguaciones, que sería entrarnos en intricados laberintos. Créeme, amigo, que es menester rogar a Nuestro Señor muy de veras que nos libre a los dos de malos hechiceros y de malos encantadores.
Tras la marcha de Sancho, don Quijote se queda triste, rehusando incluso la compañía de las doncellas que la duquesa le ofrecía.
-Para mí -respondió don Quijote- no serán ellas como flores, sino como espinas que me puncen el alma. Así entrarán ellas en mi aposento, ni cosa que lo parezca, como volar. Si es que vuestra grandeza quiere llevar adelante el hacerme merced sin yo merecerla, déjeme que yo me las haya conmigo, y que yo me sirva de mis puertas adentro, que yo ponga una muralla en medio de mis deseos y de mi honestidad; y no quiero perder esta costumbre por la liberalidad que vuestra alteza quiere mostrar conmigo. Y, en resolución, antes dormiré vestido que consentir que nadie me desnude. 
Ya en su cuarto, solo, cuando al descalzarse se le rompe una media y no tiene hilo para coserla, don Quijote se lamenta. Y Cide Hamete aprovecha para hacer un alegato contra la pobreza:
Aquí exclamó Benengeli, y, escribiendo, dijo ''¡Oh pobreza, pobreza! ¡No sé yo con qué razón se movió aquel gran poeta cordobés a llamarte  dádiva santa desagradecida!

Yo, aunque moro, bien sé, por la comunicación que he tenido con cristianos, que la santidad consiste en la caridad, humildad, fee, obediencia y pobreza; pero, con todo eso, digo que ha de tener mucho de Dios el que se viniere a contentar con ser pobre, si no es de aquel modo de pobreza de quien dice uno de sus mayores santos: "Tened todas las cosas como si no las tuviésedes"; y a esto llaman pobreza de espíritu; pero tú, segunda pobreza, que eres de la que yo hablo, ¿por qué quieres estrellarte con los hidalgos y bien nacidos más que con la otra gente? ¿Por qué los obligas a dar pantalia a los zapatos, y a que los botones de sus ropillas unos sean de seda, otros de cerdas, y otros de vidro? ¿Por qué sus cuellos, por la mayor parte, han de ser siempre escarolados, y no abiertos con molde?'' Y en esto se echará de ver que es antiguo el uso del almidón y de los cuellos abiertos. Y prosiguió: ''¡Miserable del bien nacido que va dando pistos a su honra, comiendo mal y a puerta cerrada, haciendo hipócrita al palillo de dientes con que sale a la calle después de no haber comido cosa que le obligue a limpiárselos! ¡Miserable de aquel, digo, que tiene la honra espantadiza, y piensa que desde una legua se le descubre el remiendo del zapato, el trasudor del sombrero, la hilaza del herreruelo y la hambre de su estómago!
Sin poder dormir por la tristeza y por el calor que hace, nuestro caballero abre la ventana y a sus oídos llega los comentarios de una doncella, Altisidora, quien declara haberse enamorado de nuestro caballero.
-¡Que tengo de ser tan desdichado andante, que no ha de haber doncella que me mire que de mí no se enamore...! ¡Que tenga de ser tan corta de ventura la sin par Dulcinea del Toboso, que no la han de dejar a solas gozar de la incomparable firmeza mía...! ¿Qué la queréis, reinas? ¿A qué la perseguís, emperatrices? ¿Para qué la acosáis, doncellas de a catorce a quince años? Dejad, dejad a la miserable que triunfe, se goce y ufane con la suerte que Amor quiso darle en rendirle mi corazón y entregarle mi alma. Mirad, caterva enamorada, que para sola Dulcinea soy de masa y de alfenique, y para todas las demás soy de pedernal; para ella soy miel, y para vosotras acíbar; para mí sola Dulcinea es la hermosa, la discreta, la honesta, la gallarda y la bien nacida, y las demás, las feas, las necias, las livianas y las de peor linaje; para ser yo suyo, y no de otra alguna, me arrojó la naturaleza al mundo. Llore o cante Altisidora; desespérese Madama, por quien me aporrearon en el castillo del moro encantado, que yo tengo de ser de Dulcinea, cocido o asado, limpio, bien criado y honesto, a pesar de todas las potestades hechiceras de la tierra. 

domingo, 14 de junio de 2015

El alquimista impaciente de Lorenzo Silva


El alquimista impaciente
Lorenzo Silva,
Destino, 2010

Un cadáver desnudo, sin rastros de violencia, aparece atado a una cama en un motel de carretera. ¿Se trata o no de un crimen? El sargento Bevilacqua, atípico investigador criminal de la Guardia Civil, y su ayudante, la guardia Chamorro, reciben la orden de resolver el enigma.
La investigación que sigue no es una mera pesquisa policial. El sargento y su ayudante deberán llegar al lado oscuro e inconfesable de la víctima, a su sorprendente vida secreta, así como a las personas que la rodeaban, en su familia, en la central nuclear donde trabajaba. Y desentrañar un cada vez más complejo entramado de dinero e intereses que los llevará a varias ciudades. Pero la clave, como en la alquimia, está en la paciencia; la que necesitarán los investigadores y también la que les faltó, de uno u otro modo, a los personajes con los que se tropiezan en su búsqueda.
Una novela de corte policíaco que es mucho más que un relato de intriga, y en la que descubrir a la víctima es casi más importante que descubrir a su asesino. Como en los libros de Chandler y Hammett, no se trata de resolver un crimen como quien resuelve un acertijo, sino que hay que sumergirse en las circunstancias y personajes que rodean la muerte, en su trasfondo social.
Por fin logré hacerle hueco al segundo libro de la serie protagonizada por Bevilacqua y Chamorro. Y me ha gustado incluso más que el primero. Una historia bien narrada, con muchas trampas, con muchos giros en su trama, que hacen que estés pegada a sus páginas hasta el final. Pero lo mejor es su pareja protagonista. Tanto Bevilacquia como Chamorro están perfectamente dibujados. Incluso mejor que en su primera parte. Son personajes llenos de matices a los que vamos conociendo poco a poco y a los que vamos cogiendo cariño. Y vemos también como la confianza que el uno se tiene al otro va creciendo, así como la admiración y respeto. Aunque a veces discrepen en ciertas cosas, en ningún momento hay por parte de ninguno de ellos enojo o enfado. Hacen una pareja policial perfecta. Aunque hay momentos en los que parece jugar el autor a insinuar que podría haber entre los dos algo más... 

Y otro de los grandes aciertos de este libro es la actualidad de los temas que trata y las continuas reflexiones que a través de sus personajes nos va dejando. Arremete contra la lentitud del sistema judicial y la sobrecarga de trabajo que puede tener un solo juez, lo que le impide hacer bien su trabajo. Esto no nos suena... Como tampoco nos suena que la mujer de alguien corrupto diga no saber nada mientras el dinero entra en grandes cantidades en su casa...  
"Lo lamentable, Laura, es que hoy la gente no se corrompe por el poco dinero que hace falta para comer, ni tampoco por el mucho que hace falta para ser libre. Lo hacen siempre por sumas intermedias: las que sirven para comprarse un coche más grande, o una casa, o una lancha motora, o cualquier otra de las mierdas a las que la publicidad reduce el horizonte vital de tantos cretinos."
Perfecto me ha parecido también el final. No se saca nada de la manga del autor para revelarnos quién o quiénes han sido los autores del crímen y los motivos que han tenido para cometerlo. Y más me ha gustado que al final encontremos un capítulo con el mismo nombre que el título del libro y que explica el por qué de éste.

He disfrutado mucho de nuevo con este libro de Lorenzo Silva y desde luego me deja con ganas de seguir con esta serie. Cada vez me gusta más el personaje de Bevilacqua, con su mirada irónica y cínica de la vida. Y me gusta su forma de investigar,  con sus tropiezos, como en la vida misma, pero siempre perseverante. 

jueves, 11 de junio de 2015

Impostores de Lisi Harrison


Impostores
Lisi Harrison
Editorial Anaya, 2015
Tres chicas, dos chicos y cinco diarios secretos. Son los cinco de Fénix, su foto está en la página dieciocho del Anuario del Instituto Noble. Han sido elegidos. Todos pensaban que eran los estudiantes más extraordinarios de primero. Se equivocaban. Son unos impostores. Los cinco estudiantes más populares del instituto Noble tienen secretos que esconder... Secretos que han revelado en sus diarios. Ahora, uno de ellos hace públicos esos diarios para mostrar por qué los cinco son unos IMPOSTORES.

Impostores nos cuenta la historia de cinco alumnos nuevos que tendrán que buscar su lugar en el instituto Noble. El primer día ya tendrán tarea. Una profesora les mandará como deber escribir un diario a lo largo de todo el curso. Ella nunca lo leerá. Se supone que todo lo que escriban será solo para ellos. Pero finalmente saldrán a la luz. Y todos los secretos de estos cinco alumnos serán descubiertos. Y veremos que no es oro todo lo que reluce.

Este libro es la recopilación de estos diarios. Así que conoceremos a los personajes directamente. Veremos sus sentimientos reales, sus pensamientos, cómo viven cada momento en el instituto, sus deseos de ser aceptados, sus primeros amores, sus primeras decepciones, sus primeras ilusiones... Lo mejor de este libro es que los capítulos son, en general muy cortos, y la autora ha sabido plasmar muy bien el lenguaje empleado por los jóvenes de hoy en día. Se hace muy fácil de leer. Además, sabe también cambiar de registro dependiendo de quién es el diario, así que nos resulta fácil identificar pronto a cada personaje.

Otro de los aciertos es la cuidada edición que ha presentado la editorial. Hasta el más mínimo detalle está pensado. Cada diario tiene un marco dibujado que lo caracteriza, su propio tipo de letra, para que veamos claramente que estamos con otro personaje... Es un libro muy atractivo en ese sentido, que entra por los ojitos...

Y poco más puedo decir de él. Me ha resultado entretenido y poco más. Creo, como a la mayoría, que me ha pillado ya mayor. Aunque tenga un final totalmente abierto, la verdad es que me ha dejado indiferente y no tengo interés en ver que sucede después. No estoy ya para estos temas...


He tenido en la cabeza durante toda la lectura esta serie...



miércoles, 10 de junio de 2015

De sorteos!!!

Tatty de El universo de los libros sortea dos ejemplares de Medio Rey de Joe Abercrombie.
Plazo: Hasta el 21 de junio
Bases: aquí








Francisco de Un lector indiscreto sortea un ejemplar de El espía del prudente de Santiago Morata.
Plazo: Hasta el 24 de junio
Bases: aquí.






Carmen también está de sorteo en su blog, Carmen y amig@s y nos tienta con dos ejemplares de Valancy Stirling o El Castillo Azul de Lucy Maud Montgomery.
Plazo: Hasta el 12 de junio
Bases: aquí.







Rustis y Mustis leen celebran su segundo aniversario con un fantástico sorteo.
  • Lote 1: Lady Susan, de Jane Austen, y Cranford, de Elizabeth Gaskell (ambos de la editorial Alba Minus)
  • Lote 2: El maravilloso regreso de Jacob Cerf, de Rebecca Miller, y Las lágrimas del agua, de José Luis Hinojosa
  • Lote 3: Gente de Pemberley, de Marie-Laure Sébire, y La cocinera de Himmler, de Franz-Olivier Giesbert 
Bases: aquí 

¡¡¡Suerte a tod@s!!!




martes, 9 de junio de 2015

Leemos el Quijote (2º parte): Capítulo XLI y capítulo XLII

http://bourbonstreet-porlomenix.blogspot.com.es/2015/01/reto-en-2015-leemos-el-quijote.html


Capítulo XLI:

Cuando llega la hora de montarse en Clavileño, Sancho vuelve a dudar. Y no será esta vez el deseo de ayudar a las dueñas lo que le anime a montar. Monta porque será la condición que le imponga el duque si quiere su ínsula.

-Eso no haré yo -dijo Sancho-, ni de malo ni de buen talante, en ninguna manera; y si es que este rapamiento no se puede hacer sin que yo suba a las ancas, bien puede buscar mi señor otro escudero que le acompañe, y estas señoras otro modo de alisarse los rostros; que yo no soy brujo, para gustar de andar por los aires. Y ¿qué dirán mis insulanos cuando sepan que su gobernador se anda paseando por los vientos? Y otra cosa más: que habiendo tres mil y tantas leguas de aquí a Candaya, si el caballo se cansa o el gigante se enoja, tardaremos en dar la vuelta media docena de años, y ya ni habrá ínsula ni ínsulos en el mundo que me conozan; y, pues se dice comúnmente que en la tardanza va el peligro, y que cuando te dieren la vaquilla acudas con la soguilla, perdónenme las barbas destas señoras, que bien se está San Pedro en Roma; quiero decir que bien me estoy en esta casa, donde tanta merced se me hace y de cuyo dueño tan gran bien espero como es verme gobernador.

A lo que el duque dijo:

-Sancho amigo, la ínsula que yo os he prometido no es movible ni fugitiva: raíces tiene tan hondas, echadas en los abismos de la tierra, que no la arrancarán ni mudarán de donde está a tres tirones; y, pues vos sabéis que sé yo que no hay ninguno género de oficio destos de mayor cantía que no se granjee con alguna suerte de cohecho, cuál más, cuál menos, el que yo quiero llevar por este gobierno es que vais con vuestro señor don Quijote a dar cima y cabo a esta memorable aventura; que ahora volváis sobre Clavileño con la brevedad que su ligereza promete, ora la contraria fortuna os traiga y vuelva a pie, hecho romero, de mesón en mesón y de venta en venta, siempre que volviéredes hallaréis vuestra ínsula donde la dejáis, y a vuestros insulanos con el mesmo deseo de recebiros por su gobernador que siempre han tenido, y mi voluntad será la mesma; y no pongáis duda en esta verdad, señor Sancho, que sería hacer notorio agravio al deseo que de serviros tengo.

-No más, señor -dijo Sancho-: yo soy un pobre escudero y no puedo llevar a cuestas tantas cortesías; suba mi amo, tápenme estos ojos y encomiéndenme a Dios, y avísenme si cuando vamos por esas altanerías podré encomendarme a Nuestro Señor o invocar los ángeles que me favorezcan
Y montan don Quijote y Sancho a lomos de Clavileño. Y serán objeto de la burla de todos los ahí presentes. Creerán ellos volar y su conversación provocará la risa de los duques y demás personas que los acompañan. 
Cubriéronse, y, sintiendo don Quijote que estaba como había de estar, tentó la clavija, y, apenas hubo puesto los dedos en ella, cuando todas las dueñas y cuantos estaban presentes levantaron las voces, diciendo:

-¡Dios te guíe, valeroso caballero!

-¡Dios sea contigo, escudero intrépido!

-¡Ya, ya vais por esos aires, rompiéndolos con más velocidad que una saeta!

-¡Ya comenzáis a suspender y admirar a cuantos desde la tierra os están mirando!

-¡Tente, valeroso Sancho, que te bamboleas! ¡Mira no cayas, que será peor tu caída que la del atrevido mozo que quiso regir el carro del Sol, su padre!

Oyó Sancho las voces, y, apretándose con su amo y ciñiéndole con los brazos, le dijo:

-Señor, ¿cómo dicen éstos que vamos tan altos, si alcanzan acá sus voces, y no parecen sino que están aquí hablando junto a nosotros?

-No repares en eso, Sancho, que, como estas cosas y estas volaterías van fuera de los cursos ordinarios, de mil leguas verás y oirás lo que quisieres. Y no me aprietes tanto, que me derribas; y en verdad que no sé de qué te turbas ni te espantas, que osaré jurar que en todos los días de mi vida he subido en cabalgadura de paso más llano: no parece sino que no nos movemos de un lugar. Destierra, amigo, el miedo, que, en efecto, la cosa va como ha de ir y el viento llevamos en popa.

-Así es la verdad -respondió Sancho-, que por este lado me da un viento tan recio, que parece que con mil fuelles me están soplando.

Y así era ello, que unos grandes fuelles le estaban haciendo aire: tan bien trazada estaba la tal aventura por el duque y la duquesa y su mayordomo, que no le faltó requisito que la dejase de hacer perfecta.

Sintiéndose, pues, soplar don Quijote, dijo: 

-Sin duda alguna, Sancho, que ya debemos de llegar a la segunda región del aire, adonde se engendra el granizo, las nieves; los truenos, los relámpagos y los rayos se engendran en la tercera región, y si es que desta manera vamos subiendo, presto daremos en la región del fuego, y no sé yo cómo templar esta clavija para que no subamos donde nos abrasemos.

En esto, con unas estopas ligeras de encenderse y apagarse, desde lejos, pendientes de una caña, les calentaban los rostros. Sancho, que sintió el calor, dijo:

-Que me maten si no estamos ya en el lugar del fuego, o bien cerca, porque una gran parte de mi barba se me ha chamuscado, y estoy, señor, por descubrirme y ver en qué parte estamos.

-No hagas tal -respondió don Quijote-, y acuérdate del verdadero cuento del licenciado Torralba, a quien llevaron los diablos en volandas por el aire, caballero en una caña, cerrados los ojos, y en doce horas llegó a Roma, y se apeó en Torre de Nona, que es una calle de la ciudad, y vio todo el fracaso y asalto y muerte de Borbón, y por la mañana ya estaba de vuelta en Madrid, donde dio cuenta de todo lo que había visto; el cual asimismo dijo que cuando iba por el aire le mandó el diablo que abriese los ojos, y los abrió, y se vio tan cerca, a su parecer, del cuerpo de la luna, que la pudiera asir con la mano, y que no osó mirar a la tierra por no desvanecerse. Así que, Sancho, no hay para qué descubrirnos; que, el que nos lleva a cargo, él dará cuenta de nosotros, y quizá vamos tomando puntas y subiendo en alto para dejarnos caer de una sobre el reino de Candaya, como hace el sacre o neblí sobre la garza para cogerla, por más que se remonte; y, aunque nos parece que no ha media hora que nos partimos del jardín, creéme que debemos de haber hecho gran camino.

-No sé lo que es -respondió Sancho Panza-, sólo sé decir que si la señora Magallanes o Magalona se contentó destas ancas, que no debía de ser muy tierna de carnes.

Todas estas pláticas de los dos valientes oían el duque y la duquesa y los del jardín, de que recibían estraordinario contento; y, queriendo dar remate a la estraña y bien fabricada aventura, por la cola de Clavileño le pegaron fuego con unas estopas, y al punto, por estar el caballo lleno de cohetes tronadores, voló por los aires, con estraño ruido, y dio con don Quijote y con Sancho Panza en el suelo, medio chamuscados. 
Una vez de "regreso" contará Sancho que no pudo evitar quitarse un poco la venda y observar todo lo que le rodeaba.
-Yo no sé esas miradas -replicó Sancho-: sólo sé que será bien que vuestra señoría entienda que, pues volábamos por encantamento, por encantamento podía yo ver toda la tierra y todos los hombres por doquiera que los mirara; y si esto no se me cree, tampoco creerá vuestra merced cómo, descubriéndome por junto a las cejas, me vi tan junto al cielo que no había de mí a él palmo y medio, y por lo que puedo jurar, señora mía, que es muy grande además. Y sucedió que íbamos por parte donde están las siete cabrillas; y en Dios y en mi ánima que, como yo en mi niñez fui en mi tierra cabrerizo, que así como las vi, ¡me dio una gana de entretenerme con ellas un rato...! Y si no le cumpliera me parece que reventara. Vengo, pues, y tomo, y ¿qué hago? Sin decir nada a nadie, ni a mi señor tampoco, bonita y pasitamente me apeé de Clavileño, y me entretuve con las cabrillas, que son como unos alhelíes y como unas flores, casi tres cuartos de hora, y Clavileño no se movió de un lugar, ni pasó adelante. 
Si curiosa es la pregunta que le hace el duque, más curiosa resulta la respuesta de Sancho.
-Decidme, Sancho -preguntó el duque-: ¿vistes allá en entre esas cabras algún cabrón?

-No, señor -respondió Sancho-, pero oí decir que ninguno pasaba de los cuernos de la luna.
Y curiosa la actitud de nuestro caballero al final del capítulo:
-Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a mí lo que vi en la cueva de Montesinos; y no os digo más.
Capítulo XLII:

Siguen los duques con sus burlas y deciden decirle a Sancho que se prepare para gobernar de forma inmediata su ínsula. Don Quijote, que se entera, se acerca a Sancho y le da a éste sus sabios consejos. Consejos que parecen también dirigidos al lector de la época.
Primeramente, ¡oh hijo!, has de temer a Dios, porque en el temerle está la sabiduría, y siendo sabio no podrás errar en nada. Lo segundo, has de poner los ojos en quien eres, procurando conocerte a ti mismo, que es el más difícil conocimiento que puede imaginarse. Del conocerte saldrá el no hincharte como la rana que quiso igualarse con el buey, que si esto haces, vendrá a ser feos pies de la rueda de tu locura la consideración de haber guardado puercos en tu tierra.(...)
Haz gala, Sancho, de la humildad de tu linaje, y no te desprecies de decir que vienes de labradores; porque, viendo que no te corres, ninguno se pondrá a correrte; y préciate más de ser humilde virtuoso que pecador soberbio. Inumerables son aquellos que, de baja estirpe nacidos, han subido a la suma dignidad pontificia e imperatoria; y desta verdad te pudiera traer tantos ejemplos, que te cansaran. Mira, Sancho: si tomas por medio a la virtud, y te precias de hacer hechos virtuosos, no hay para qué tener envidia a los que los tienen de príncipes y señores, porque la sangre se hereda y la virtud se aquista, y la virtud vale por sí sola lo que la sangre no vale. Siendo esto así, como lo es, que si acaso viniere a verte cuando estés en tu ínsula alguno de tus parientes, no le deseches ni le afrentes; antes le has de acoger, agasajar y regalar, que con esto satisfarás al cielo, que gusta que nadie se desprecie de lo que él hizo, y corresponderás a lo que debes a la naturaleza bien concertada. Si trujeres a tu mujer contigo (porque no es bien que los que asisten a gobiernos de mucho tiempo estén sin las propias), enséñala, doctrínala y desbástala de su natural rudeza, porque todo lo que suele adquirir un gobernador discreto suele perder y derramar una mujer rústica y tonta. Si acaso enviudares, cosa que puede suceder, y con el cargo mejorares de consorte, no la tomes tal, que te sirva de anzuelo y de caña de pescar, y del no quiero de tu capilla, porque en verdad te digo que de todo aquello que la mujer del juez recibiere ha de dar cuenta el marido en la residencia universal, donde pagará con el cuatro tanto en la muerte las partidas de que no se hubiere hecho cargo en la vida. Nunca te guíes por la ley del encaje, que suele tener mucha cabida con los ignorantes que presumen de agudos. Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente, que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia. Cuando te sucediere juzgar algún pleito de algún tu enemigo, aparta las mientes de tu injuria y ponlas en la verdad del caso. No te ciegue la pasión propia en la causa ajena, que los yerros que en ella hicieres, las más veces, serán sin remedio; y si le tuvieren, será a costa de tu crédito, y aun de tu hacienda. Si alguna mujer hermosa veniere a pedirte justicia, quita los ojos de sus lágrimas y tus oídos de sus gemidos, y considera de espacio la sustancia de lo que pide, si no quieres que se anegue tu razón en su llanto y tu bondad en sus suspiros. Al que has de castigar con obras no trates mal con palabras, pues le basta al desdichado la pena del suplicio, sin la añadidura de las malas razones. Al culpado que cayere debajo de tu juridición considérale hombre miserable, sujeto a las condiciones de la depravada naturaleza nuestra, y en todo cuanto fuere de tu parte, sin hacer agravio a la contraria, muéstratele piadoso y clemente, porque, aunque los atributos de Dios todos son iguales, más resplandece y campea a nuestro ver el de la misericordia que el de la justicia. Si estos preceptos y estas reglas sigues, Sancho, serán luengos tus días, tu fama será eterna, tus premios colmados, tu felicidad indecible, casarás tus hijos como quisieres, títulos tendrán ellos y tus nietos, vivirás en paz y beneplácito de las gentes, y en los últimos pasos de la vida te alcanzará el de la muerte, en vejez suave y madura, y cerrarán tus ojos las tiernas y delicadas manos de tus terceros netezuelos. Esto que hasta aquí te he dicho son documentos que han de adornar tu alma; escucha ahora los que han de servir para adorno del cuerpo.

lunes, 8 de junio de 2015

Julio: Mes de la novela de humor y de la novela fantástica






Laky de Libros que hay que leer sigue organizando sus meses temáticos y nos propone  leer y reseñar, durante el mes de julio, novelas de humor y de fantasía. Como siempre, nos lo pone fácil y toma los géneros en un sentido amplio. Así, la novela de humor incluiría el chick-lit y la novela fantástica la novela de ciencia ficción, las distopías, novelas de vampiros, zombies, hadas, sirenas, fantasía a secas...


Y para animarmos sortea dos ejemplares muy atractivos:
El desenfrenado ingenio de Gordon, así como su arrollador afán justiciero, convierten su día a día en un continuo disparate que supera todos los límites cuando decide irse de vacaciones.
Lo que puede suceder cuando Gordon está cerca es imprevisible, tanto en el trabajo como en un aeropuerto, en la playa y, por supuesto, en una discoteca.
'Diario de Gordon' produce una mezcla de asombro y diversión que mantendrá en vilo a todo lector que se aventure en esta comedia trepidante.





Yarvi, el hijo menor del rey, nació con una malformación en una mano que ha llevado a todo el mundo, incluso a su propio padre, a considerarlo «medio hombre». Por eso, en lugar de formarse como guerrero, al igual que el resto de varones de su estirpe, se ha dedicado a estudiar para convertirse en uno de los clérigos del reino. Sin embargo, en la víspera de la última prueba para ingresar en esta poderosa orden de sabios, a Yarvi le llega la noticia de que su padre y su hermano han sido asesinados. Él es el nuevo rey.
Pero tras una terrible traición a manos de sus seres queridos, Yarvi se encontrará solo en un mundo regido por la fuerza física y los corazones fríos. Incapaz de llevar armadura o de levantar un hacha, deberá afilar y agudizar su mente. Cuando se juntan a su alrededor una extraña hermandad de almas perdidas, descubrirá que esos compañeros inesperados tal vez puedan ayudarle a convertirse en el hombre que quiere ser.
¿Os animáis a participar? Pues pinchad aquí!


domingo, 7 de junio de 2015

La tristeza del samurái de Víctor del Árbol


La tristeza del samurái
Víctor del Árbol
Editorial Alrevés, 2011
Extremadura 1941 / Barcelona 1981
Dos tramas se desarrollan de forma paralela; una en Extremadura en el año 1941; la otra en Barcelona en 1981. Un crimen cometido durante la posguerra española produce consecuencias en tres generaciones de la familia Alcalá y en aquellos que se han cruzado en sus vidas durante cuarenta años. Complots, secuestros, asesinatos, torturas, violencia machista, son algunos ingredientes de esta fantástica novela. Con un estilo descriptivo pero no por ello lento, el autor narra los acontecimientos ocurridos y poco a poco va entrelazando los personajes de ambas tramas, entrando en la psicología de cada uno de ellos. El resultado es una magnífica novela de intriga e investigación, de sentimientos y rencores, de amor y odio, de ambición y dolor, de hipocresía y sobre todo de culpa, una lacra que se transmite de generación en generación, donde los hijos heredan los delitos de los padres y los nietos los de sus abuelos.
Lo hizo con Respirar por la herida y de nuevo  lo ha hecho con La tristeza del samurái. Me ha vuelto a sacudir, me ha vuelto a dejar hundida, vacía, desolada... Y es que de nuevo nos ofrece una historia dura, una historia que habla de sentimientos... Pero todos negativos. Todos sus personajes se mueven por el odio, por la venganza, por la ira, por el dolor. Todos tienen algo que ocultar, todos tienen motivos para estar arrepentidos. 

Y es que la vida que nos muestra Víctor del Árbol es de todo menos bonita. No hay espacio para la alegría, no hay espacio para la felicidad. Todo es triste, cruel, lleno de miserias... La muerte está muy presente. Y en algún momento llegamos a preguntarnos quién va a salir vivo en esta historia. Porque el escritor no parece tener apego por casi ninguno de sus personajes. Y el dolor es algo siempre presente en ellos. Un dolor que llegamos a sentir, que nos va a a acompañar durante toda la lectura.

Uno de los  puntos fuertes de la novela es el modo en que está contada. Comenzando por el final, el autor luego va a ir contando la historia saltando de una época a otra. Y nos irá presentando a los distintos personajes que protagonizan esta historia. Y aunque al principio parece todo un poco caótico, poco a poco vamos encajando las piezas y empezamos a encontrarle sentido a todo. Empezamos a comprender la magnitud de todo lo que está sucediendo. Empezamos a maravillarnos de la maestría del autor para engancharnos desde el principio con esta historia tan gris.

Impecable también la manera en que el autor perfila a sus personajes. Siendo una novela coral,  logra describirlos a todos de forma magistral. Todos son piezas importantes en la trama tan bien trazada por Víctor del Árbol. A todos les acompaña el dolor, el odio, la necesidad de venganza... Y todos son personajes absolutamente creíbles.

Además, nos encontramos con una prosa cuidada pero sencilla al mismo tiempo. Una prosa que nos seduce y nos invita a leer página tras página. Empezamos a leer y nos resulta difícil ya alejarnos de este libro. A pesar de que al principio, el desarrollo es algo lento. Tiene que presentar a los personajes, tiene que ponernos en situación. Y no tiene prisa. Pero poco a poco el ritmo va aumentando, sin que apenas nos demos cuenta. Y poco a poco también nos va dando las claves para unir las piezas de todo este puzzle que tan bien ha construido.

La tristeza del samurái es una novela absolutamente perfecta. El único pero que puedo ponerle... La angustia que te produce, el dolor que te deja... 

jueves, 4 de junio de 2015

Haciendo balance de mayo

Mucho he disfrutado de los libros que han caído en mis manos este pasado mes de mayo. Han sido un poquito menos que otros meses, pero en algo se tiene que notar que ahora ando mucho tiempo perdida entre los libros de las opos... Es lo que toca... 

Y no me enrollo más. Estas han sido mis lecturas durante el mes pasado:
A casita han llegado, gracias a Raquel Campos, estos dos libros: 


El legado de Olkrann esperará pacientemente a que consiga el anterior libro, que las sagas me gustan empezarlas por el principio. Pero Sueños de Arena, de la propia Raquel Campos, me está tentando mucho desde la estantería.

También he tenido tiempo para ver alguna serie este mes. Pero la única que ha conseguido engancharme es True detective. Aunque estos primeros episodios se me han hecho algo lentitos. A ver si los siguiente cogen un poquito más de ritmo. Y de películas destaco Paddington, muy entretenida para ver con los peques de la casa. 

Y en música, hace poco he descubierto por casualidad a St.Paul and The Broken Bones y no paro de escuchar sus canciones. 

 

Y vuestro mes, ¿qué tal ha ido?


martes, 2 de junio de 2015

Leemos el Quijote (2º parte): Capítulo XXIX y capítulo XL

http://bourbonstreet-porlomenix.blogspot.com.es/2015/01/reto-en-2015-leemos-el-quijote.html


Capítulo XXXIX: 
 
La Dolorida sigue contando su historia:

-«En fin, al cabo de muchas demandas y respuestas, como la infanta se estaba siempre en sus trece, sin salir ni variar de la primera declaración, el vicario sentenció en favor de don Clavijo, y se la entregó por su legítima esposa, de lo que recibió tanto enojo la reina doña Maguncia, madre de la infanta Antonomasia, que dentro de tres días la enterramos.» 
 Sancho no puede evitar interrumpir, sorprendido ante la muerte de la reina:

-Ya se ha visto, señor escudero -replicó Sancho-, enterrar un desmayado creyendo ser muerto, y parecíame a mí que estaba la reina Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse; que con la vida muchas cosas se remedian, y no fue tan grande el disparate de la infanta que obligase a sentirle tanto
 Que además Clavijo no era un simple criado, sino un gentil hombre:

Cuando se hubiera casado esa señora con algún paje suyo, o con otro criado de su casa, como han hecho otras muchas, según he oído decir, fuera el daño sin remedio; pero el haberse casado con un caballero tan gentilhombre y tan entendido como aquí nos le han pintado, en verdad en verdad que, aunque fue necedad, no fue tan grande como se piensa; porque, según las reglas de mi señor, que está presente y no me dejará mentir, así como se hacen de los hombres letrados los obispos, se pueden hacer de los caballeros, y más si son andantes, los reyes y los emperadores.
Esta última alusión a los caballeros gusta a don Quijote:
-Razón tienes, Sancho -dijo don Quijote-, porque un caballero andante, como tenga dos dedos de ventura, está en potencia propincua de ser el mayor señor del mundo. Pero, pase adelante la señora Dolorida, que a mí se me trasluce que le falta por contar lo amargo desta hasta aquí dulce historia. 
Pero no termina ahí la historia de la Dolorida. En el momento del entierro de la reina, aparece el malvado gigante y encantador Malambruno, quien, en venganza por lo sucedido, castiga a Antonomasia y a Clavijo, convirtiendo a la primera en una jimia de bronce y a él, en un cocodrilo. Sólo una cosa podrá salvarlos de este encantamiento:
No cobrarán su primera forma estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso manchego venga conmigo a las manos en singular batalla, que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventura.
Y no satisfecho, también castigará a las dueñas, con una "muerte civil y continua"
Y luego la Dolorida y las demás dueñas alzaron los antifaces con que cubiertas venían, y descubrieron los rostros, todos poblados de barbas, cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas y cuáles albarrazadas, de cuya vista mostraron quedar admirados el duque y la duquesa, pasmados don Quijote y Sancho, y atónitos todos los presentes.
Capítulo LX:

Este capítulo empieza alabando a Cide Hamete por contar con tanta maestría la historia de Don Quijote y Sancho:
Real y verdaderamente, todos los que gustan de semejantes historias como ésta deben de mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas della, sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no la sacase a luz distintamente: pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos; finalmente, los átomos del más curioso deseo manifiesta. ¡Oh autor celebérrimo! ¡Oh don Quijote dichoso! ¡Oh Dulcinea famosa! ¡Oh Sancho Panza gracioso! Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes.
Y a continuación, sigue con la historia. Sancho maldice a Malambruno, por lo que le ha hecho a las dueñas:
-Por la fe de hombre de bien, juro, y por el siglo de todos mis pasados los Panzas, que jamás he oído ni visto, ni mi amo me ha contado, ni en su pensamiento ha cabido, semejante aventura como ésta. Válgate mil satanases, por no maldecirte por encantador y gigante, Malambruno; y ¿no hallaste otro género de castigo que dar a estas pecadoras sino el de barbarlas? ¿Cómo y no fuera mejor, y a ellas les estuviera más a cuento, quitarles la mitad de las narices de medio arriba, aunque hablaran gangoso, que no ponerles barbas? Apostaré yo que no tienen hacienda para pagar a quien las rape. 
Don Quijote se muestra decidido a ayudarlas:
-Yo me pelaría las mías -dijo don Quijote- en tierra de moros, si no remediase las vuestras. 
La Dolorida le anuncia que para llegar a su reino, que está muy lejos, tendrá que subir, junto a su escudero, a un caballo volador. Y no estará Sancho al principio muy dispuesto... Gracioso es la escena en que el escudero le pregunta por el nombre del caballo.
-El nombre -respondió la Dolorida- no es como el caballo de Belorofonte, que se llamaba Pegaso, ni como el del Magno Alejandro, llamado Bucéfalo, ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro, ni menos Bayarte, que fue el de Reinaldos de Montalbán, ni Frontino, como el de Rugero, ni Bootes ni Peritoa, como dicen que se llaman los del Sol, ni tampoco se llama Orelia, como el caballo en que el desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la vida y el reino.

-Yo apostaré -dijo Sancho- que, pues no le han dado ninguno desos famosos nombres de caballos tan conocidos, que tampoco le habrán dado el de mi amo, Rocinante, que en ser propio excede a todos los que se han nombrado.

-Así es -respondió la barbada condesa-, pero todavía le cuadra mucho, porque se llama Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño, y con la clavija que trae en la frente, y con la ligereza con que camina; y así, en cuanto al nombre, bien puede competir con el famoso Rocinante.
Pero no le gusta a Sancho montarse en ese caballo y al principio se niega.
-Ya lo querría ver -respondió Sancho-, pero pensar que tengo de subir en él, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al olmo. ¡Bueno es que apenas puedo tenerme en mi rucio, y sobre un albarda más blanda que la mesma seda, y querrían ahora que me tuviese en unas ancas de tabla, sin cojín ni almohada alguna! Pardiez, yo no me pienso moler por quitar las barbas a nadie: cada cual se rape como más le viniere a cuento, que yo no pienso acompañar a mi señor en tan largo viaje. Cuanto más, que yo no debo de hacer al caso para el rapamiento destas barbas como lo soy para el desencanto de mi señora Dulcinea.(...)
-¡Aquí del rey otra vez! -replicó Sancho-. Cuando esta caridad se hiciera por algunas doncellas recogidas, o por algunas niñas de la doctrina, pudiera el hombre aventurarse a cualquier trabajo, pero que lo sufra por quitar las barbas a dueñas, ¡mal año! Mas que las viese yo a todas con barbas, desde la mayor hasta la menor, y de la más melindrosa hasta la más repulgada. 
Y serán finalmente las lágrimas de la Dolorida las que convenzan a Sancho.
Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de Sancho, y propuso en su corazón de acompañar a su señor hasta las últimas partes del mundo, si es que en ello consistiese quitar la lana de aquellos venerables rostros.