lunes, 23 de febrero de 2015

Leemos el Quijote (2º parte): Capítulo XI y capítulo XII

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Capítulo XI:

Empieza este capítulo con un Sancho que tiene que animar a su señor, que aún anda desanimado por no haber podido contemplar la belleza de Dulcinea. Quizás tiene cierto sentimiento de culpabilidad por engañar a don Quijote.
-Señor, las tristezas no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias: vuestra merced se reporte, y vuelva en sí, y coja las riendas a Rocinante, y avive y despierte, y muestre aquella gallardía que conviene que tengan los caballeros andantes. ¿Qué diablos es esto? ¿Qué descaecimiento es éste? ¿Estamos aquí, o en Francia? Mas que se lleve Satanás a cuantas Dulcineas hay en el mundo, pues vale más la salud de un solo caballero andante que todos los encantos y transformaciones de la tierra.
Aunque no puede evitar preocupación al pensar que los vencidos por don Quijote no reconocerán a la dama. Pero para esto tiene nuestro caballero rápida respuesta:
-Quizá, Sancho -respondió don Quijote-, no se estenderá el encantamento a quitar el conocimiento de Dulcinea a los vencidos y presentados gigantes y caballeros; y, en uno o dos de los primeros que yo venza y le envíe, haremos la experiencia si la ven o no, mandándoles que vuelvan a darme relación de lo que acerca desto les hubiere sucedido. 
No termina esta conversación al interponerse una carreta en el camino. Una carreta peculiar...
Venía la carreta descubierta al cielo abierto, sin toldo ni zarzo. La primera figura que se ofreció a los ojos de don Quijote fue la de la misma Muerte, con rostro humano; junto a ella venía un ángel con unas grandes y pintadas alas; al un lado estaba un emperador con una corona, al parecer de oro, en la cabeza; a los pies de la Muerte estaba el dios que llaman Cupido, sin venda en los ojos, pero con su arco, carcaj y saetas. Venía también un caballero armado de punta en blanco, excepto que no traía morrión, ni celada, sino un sombrero lleno de plumas de diversas colores; con éstas venían otras personas de diferentes trajes y rostros.
 Ya esperaba don Quijote una nueva aventura. Pero al final no fue así. Solo era una compañía de comediantes que contaban con el tiempo justo para actuar en un pueblo cercano y ni se habían cambiado. Y aquí viene una de las grandes frases del caballero. Una frase que nos advierte sobre los engaños y desengaños...
-Por la fe de caballero andante -respondió don Quijote-, que, así como vi este carro, imaginé que alguna grande aventura se me ofrecía; y ahora digo que es menester tocar las apariencias con la mano para dar lugar al desengaño.
Y también nos habla del gusto de don Quijote por el teatro. Quizás Cervantes quiso hacer aquí un pequeño homenaje a este género que él también disfrutaba. 
Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta, y mirad si mandáis algo en que pueda seros de provecho, que lo haré con buen ánimo y buen talante, porque desde mochacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula. 
 Pero no termina esta aventura del todo bien. Uno de los comediantes provoca la huída veloz de Rocinante, que hacer caer a nuestro caballero y aprovecha que Sancho acude a ayudarle para hacerse con su asno. Intentará don Quijote defender su honor, pero Sancho le recordará que:
-Asaz de locura sería intentar tal empresa: considere vuesa merced, señor mío, que para sopa de arroyo y tente bonete, no hay arma defensiva en el mundo, si no es embutirse y encerrarse en una campana de bronce; y también se ha de considerar que es más temeridad que valentía acometer un hombre solo a un ejército donde está la Muerte, y pelean en persona emperadores, y a quien ayudan los buenos y los malos ángeles; y si esta consideración no le mueve a estarse quedo, muévale saber de cierto que, entre todos los que allí están, aunque parecen reyes, príncipes y emperadores, no hay ningún caballero andante.
Don Quijote le dará la razón a Sancho:
-Ahora sí -dijo don Quijote- has dado, Sancho, en el punto que puede y debe mudarme de mi ya determinado intento. Yo no puedo ni debo sacar la espada, como otras veces muchas te he dicho, contra quien no fuere armado caballero. A ti, Sancho, toca, si quieres tomar la venganza del agravio que a tu rucio se le ha hecho, que yo desde aquí te ayudaré con voces y advertimientos saludables.
Pero el escudero prefiere no pelear:
-No hay para qué, señor -respondió Sancho-, tomar venganza de nadie, pues no es de buenos cristianos tomarla de los agravios; cuanto más, que yo acabaré con mi asno que ponga su ofensa en las manos de mi voluntad, la cual es de vivir pacíficamente los días que los cielos me dieren de vida. 
Capítulo XII:

Nos regala este capítulo una de las grandes reflexiones de don Quijote acerca de la vida:

-Así es verdad -replicó don Quijote-, porque no fuera acertado que los atavíos de la comedia fueran finos, sino fingidos y aparentes, como lo es la mesma comedia, con la cual quiero, Sancho, que estés bien, teniéndola en tu gracia, y por el mismo consiguiente a los que las representan y a los que las componen, porque todos son instrumentos de hacer un gran bien a la república, poniéndonos un espejo a cada paso delante, donde se veen al vivo las acciones de la vida humana, y ninguna comparación hay que más al vivo nos represente lo que somos y lo que habemos de ser como la comedia y los comediantes. Si no, dime: ¿no has visto tú representar alguna comedia adonde se introducen reyes, emperadores y pontífices, caballeros, damas y otros diversos personajes? Uno hace el rufián, otro el embustero, éste el mercader, aquél el soldado, otro el simple discreto, otro el enamorado simple; y, acabada la comedia y desnudándose de los vestidos della, quedan todos los recitantes iguales.

-Sí he visto -respondió Sancho.

-Pues lo mesmo -dijo don Quijote- acontece en la comedia y trato deste mundo, donde unos hacen los emperadores, otros los pontífices, y, finalmente, todas cuantas figuras se pueden introducir en una comedia; pero, en llegando al fin, que es cuando se acaba la vida, a todos les quita la muerte las ropas que los diferenciaban, y quedan iguales en la sepultura. 
Y se advierte como Sancho cada vez, como dice don Quijote, es menos simple:
-¡Brava comparación! -dijo Sancho-, aunque no tan nueva que yo no la haya oído muchas y diversas veces, como aquella del juego del ajedrez, que, mientras dura el juego, cada pieza tiene su particular oficio; y, en acabándose el juego, todas se mezclan, juntan y barajan, y dan con ellas en una bolsa, que es como dar con la vida en la sepultura.

-Cada día, Sancho -dijo don Quijote-, te vas haciendo menos simple y más discreto.

-Sí, que algo se me ha de pegar de la discreción de vuestra merced -respondió Sancho-; que las tierras que de suyo son estériles y secas, estercolándolas y cultivándolas, vienen a dar buenos frutos: quiero decir que la conversación de vuestra merced ha sido el estiércol que sobre la estéril tierra de mi seco ingenio ha caído; la cultivación, el tiempo que ha que le sirvo y comunico; y con esto espero de dar frutos de mí que sean de bendición, tales, que no desdigan ni deslicen de los senderos de la buena crianza que vuesa merced ha hecho en el agostado entendimiento mío. 
Aparece un nuevo personaje, el "Caballero del bosque", quien se lamenta de la indiferencia de su dama, Casildea de Vandalia.
-¡Oh la más hermosa y la más ingrata mujer del orbe! ¿Cómo que será posible, serenísima Casildea de Vandalia, que has de consentir que se consuma y acabe en continuas peregrinaciones y en ásperos y duros trabajos este tu cautivo caballero? ¿No basta ya que he hecho que te confiesen por la más hermosa del mundo todos los caballeros de Navarra, todos los leoneses, todos los tartesios, todos los castellanos, y, finalmente, todos los caballeros de la Mancha? 
Ante estas palabras, no puede evitar don Quijote indicarle a su escudero:
-Eso no -dijo a esta sazón don Quijote-, que yo soy de la Mancha y nunca tal he confesado, ni podía ni debía confesar una cosa tan perjudicial a la belleza de mi señora; y este tal caballero ya vees tú, Sancho, que desvaría. Pero, escuchemos: quizá se declarará más. 
No me cae bien este nuevo personaje, que cuando Sancho habla, lo primero que hace es recriminarle:
-Nunca he visto yo escudero -replicó el del Bosque- que se atreva a hablar donde habla su señor; a lo menos, ahí está ese mío, que es tan grande como su padre, y no se probará que haya desplegado el labio donde yo hablo.

-Pues a fe -dijo Sancho-, que he hablado yo, y puedo hablar delante de otro tan..., y aun quédese aquí, que es peor meneallo. 
Al final, termina Sancho marchando con el escudero del "Caballero del bosque", dejando a su señor charlando con este personaje.
-Vámonos los dos donde podamos hablar escuderilmente todo cuanto quisiéremos, y dejemos a estos señores amos nuestros que se den de las astas, contándose las historias de sus amores; que a buen seguro que les ha de coger el día en ellas y no las han de haber acabado.
 
-Sea en buena hora -dijo Sancho-; y yo le diré a vuestra merced quién soy, para que vea si puedo entrar en docena con los más hablantes escuderos.
 
Con esto se apartaron los dos escuderos, entre los cuales pasó un tan gracioso coloquio como fue grave el que pasó entre sus señores.

 

12 comentarios:

  1. Lo tengo totalmente abandonado... :(

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  2. Como siempre gracias por hacerme recordar tan hermosa historia... no lo voy a releer (o sí) pero te acompañaré en el proceso¡¡¡¡ un besazo¡¡¡

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  3. Admiro vuestra constancia. Yo sería incapaz de continuar una historia tan larga. Es que el Quijote nunca me ha llamado especialmente la atención. Un beso.

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  4. Es una parte de la historia que me gusta bastante, espero que la sigas disfrutando. Un besote :)

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  5. Qué maravillosas historias. No me acordaba del "Caballero del Bosque" y de su dama.

    Abrazos!!

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  6. Hola
    es una buena historia, pero en su momento no la disfrute en nada. Era una lectura obligatoria del colegio, y cuando son así, no me gustan ya que la profe era muy molestosa con el tema XD
    Saludos

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  7. A mí este Caballero del bosque tampoco me ha caído bien, me da muy mala espina...

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  8. Y seguimos el camino, Sancho quijotizándose poco a poco, es una lástima tener estas lagunas co respecto a esta obra. Ya te digo, me estás recordando muchas cosas y creo que lo releeré en breve. Besos :)

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  9. Llevas razón en que el fragmento que has mostrado posee una gran reflexión sobre la muerte.
    Besos :*

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¡Muchísimas gracias por vuestros comentarios!