Y nos encontramos con uno de los grandes capítulos de esta gran novela. Un capitulo en el que Cervantes parece darle cierta libertad a su personaje. No es él quién decide el lugar en el que se va a desarrollar la acción. Es don Quijote quien, imitando a su idolatrado Amadís, tras una serie de aventuras itinerantes, decide que es el momento de hacer una parada y de hacer una penitencia. Como hizo Amadís en su momento en Peña Pobre, a causa del desdén de su amada. Cuando el personaje cambia de acción y lugar, cambia también de nombre. Amadís se convierte en Beltenebros y don Quijote en el Caballero de la Triste Figura.
En su intento de imitar a su héroe, don Quijote se va distanciando de él. Porque si en Amadís hay unas causas que provocan sus acciones, en nuestro héroe no las hay. Si Amadís hace penitencia por el desamor de Oriana, don Quijote hace penitencia por el desamor de Dulcinea, sin que exista causa para ese desamor... Ni para ese amor...
Destaca en este capítulo que por fin Sancho descubre quién es realmente Dulcinea.
-Bien la conozco -dijo Sancho-, y sé decir que tira tan bien una barra como el más forzudo zagal de todo el pueblo. ¡Vive el Dador, que es moza de chapa, hecha y derecha y de pelo en pecho, y que puede sacar la barba del lodo a cualquier caballero andante, o por andar, que la tuviere por señora! ¡Oh hideputa, qué rejo que tiene, y qué voz! Sé decir que se puso un día encima del campanario del aldea a llamar unos zagales suyos que andaban en un barbecho de su padre, y, aunque estaban de allí más de media legua, así la oyeron como si estuvieran al pie de la torre. Y lo mejor que tiene es que no es nada melindrosa, porque tiene mucho de cortesana: con todos se burla y de todo hace mueca y donaire. Ahora digo, señor Caballero de la Triste Figura, que no solamente puede y debe vuestra merced hacer locuras por ella, sino que, con justo título, puede desesperarse y ahorcarse; que nadie habrá que lo sepa que no diga que hizo demasiado de bien, puesto que le lleve el diablo. Y querría ya verme en camino, sólo por vella; que ha muchos días que no la veo, y debe de estar ya trocada, porque gasta mucho la faz de las mujeres andar siempre al campo, al sol y al aire. Y confieso a vuestra merced una verdad, señor don Quijote: que hasta aquí he estado en una grande ignorancia; que pensaba bien y fielmente que la señora Dulcinea debía de ser alguna princesa de quien vuestra merced estaba enamorado, o alguna persona tal, que mereciese los ricos presentes que vuestra merced le ha enviado: así el del vizcaíno como el de los galeotes, y otros muchos que deben ser, según deben de ser muchas las vitorias que vuestra merced ha ganado y ganó en el tiempo que yo aún no era su escudero. Pero, bien considerado, ¿qué se le ha de dar a la señora Aldonza Lorenzo, digo, a la señora Dulcinea del Toboso, de que se le vayan a hincar de rodillas delante della los vencidos que vuestra merced le envía y ha de enviar? Porque podría ser que, al tiempo que ellos llegasen, estuviese ella rastrillando lino, o trillando en las eras, y ellos se corriesen de verla, y ella se riese y enfadase del presente.Para algunos críticos, don Quijote estuvo enamorado de Dulcinea. O mejor dicho, don Alonso Quijano estuvo enamorado de Aldonza Lorenzo. ¿Por qué no se casó? Posiblemente, argumentan, por timidez. Nunca se atrevió a declararle su amor. Pero otros críticos creen que fue por la diferencia social: él era hidalgo y ella, labradora. Este amor fue la única experiencia amorosa que tuvo. Fue un fracaso más. Este fracaso queda roto con la locura de Alonso. Ya no hay barreras sociales en este mundo creado por don Quijote. Él es un caballero famoso y ella, una princesa.
Preciosa la carta de amor que don Quijote le envía a Dulcinea:
Soberana y alta señora:
El ferido de punta de ausencia y el llagado de las telas del corazón, dulcísima Dulcinea del Toboso, te envía la salud que él no tiene. Si tu fermosura me desprecia, si tu valor no es en mi pro, si tus desdenes son en mi afincamiento, maguer que yo sea asaz de sufrido, mal podré sostenerme en esta cuita, que, además de ser fuerte, es muy duradera. Mi buen escudero Sancho te dará entera relación, ¡oh bella ingrata, amada enemiga mía!, del modo que por tu causa quedo. Si gustares de acorrerme, tuyo soy; y si no, haz lo que te viniere en gusto; que, con acabar mi vida, habré satisfecho a tu crueldad y a mi deseo.
Tuyo hasta la muerte,
El Caballero de la Triste Figura.