Capítulo LVII
Empieza este capítulo con un don Quijote deseoso ya de abandonar el castillo, porque piensa que no está cumpliendo con su cometido de caballero.
Ya le pareció a don Quijote que era bien salir de tanta ociosidad como
la que en aquel castillo tenía; que se imaginaba ser grande la falta que
su persona hacía en dejarse estar encerrado y perezoso entre los
infinitos regalos y deleites que como a caballero andante aquellos
señores le hacían, y parecíale que había de dar cuenta estrecha al cielo
de aquella ociosidad y encerramiento; y así, pidió un día licencia a
los duques para partirse.
Y en mientras tanto Sancho se lamenta por la frustración de su mujer cuando recibiera la noticia de que había dejado de ser gobernador para volver con don Quijote. Y agradece al mismo tiempo la generosidad que ella mostró con la duquesa cuando le envió las bellotas. Y recalca el hecho de que se las enviara una vez que él ya era gobernador y no antes, que no quiere que crean que sometió a los duques a chantaje. Y vuelve a insistir en que su conciencia está tranquila, porque de su gobierno no ha obtenido ningún beneficio.
-¿Quién pensara que esperanzas tan grandes como las que en el pecho de
mi mujer Teresa Panza engendraron las nuevas de mi gobierno habían de
parar en volverme yo agora a las arrastradas aventuras de mi amo don
Quijote de la Mancha? Con todo esto, me contento de ver que mi Teresa
correspondió a ser quien es, enviando las bellotas a la duquesa; que, a
no habérselas enviado, quedando yo pesaroso, me mostrara ella
desagradecida. Lo que me consuela es que esta dádiva no se le puede dar
nombre de cohecho, porque ya tenía yo el gobierno cuando ella las envió,
y está puesto en razón que los que reciben algún beneficio, aunque sea
con niñerías, se muestren agradecidos. En efecto, yo entré desnudo en el
gobierno y salgo desnudo dél; y así, podré decir con segura conciencia,
que no es poco: "Desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano".
Protagonismo adquiere en esta capítulo de nuevo Altisidora, con el romance que le dedica a nuestro caballero, en tono satírico, acusándole de haberle robado sus ligas y sus gorros de dormir. Siguen burlándose de don Quijote y el duque insiste en la burla al retarle en duelo.
-No me parece bien, señor caballero, que, habiendo recebido en este mi
castillo el buen acogimiento que en él se os ha hecho, os hayáis
atrevido a llevaros tres tocadores, por lo menos, si por lo más las
ligas de mi doncella; indicios son de mal pecho y muestras que no
corresponden a vuestra fama. Volvedle las ligas; si no, yo os desafío a
mortal batalla, sin tener temor que malandrines encantadores me vuelvan
ni muden el rostro, como han hecho en el de Tosilos mi lacayo, el que
entró con vos en batalla.
Afortunadamente, todo se aclara al final.
Capítulo LVIII:
Hermoso canto a la libertad el que realiza don Quijote:
-La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los
hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que
encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad, así como por la
honra, se puede y debe aventurar la vida, y, por el contrario, el
cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres. Digo esto,
Sancho, porque bien has visto el regalo, la abundancia que en este
castillo que dejamos hemos tenido; pues en metad de aquellos banquetes
sazonados y de aquellas bebidas de nieve, me parecía a mí que estaba
metido entre las estrechezas de la hambre, porque no lo gozaba con la
libertad que lo gozara si fueran míos; que las obligaciones de las
recompensas de los beneficios y mercedes recebidas son ataduras que no
dejan campear al ánimo libre. ¡Venturoso aquél a quien el cielo dio un
pedazo de pan, sin que le quede obligación de agradecerlo a otro que al
mismo cielo!
Empiezan su nuevo camino encontrándose con unos labradores que llevaban algunos lienzos cubiertos de sábanas. Quiso don Quijote destaparlos y descubrió cuatro imágenes que representaban a cuatro grandes caballeros cristianos, que con su lucha, lograron el cielo. Y aquí don Quijote muestra sus dudas, porque con su lucha...¿qué consigue?
-Por buen agüero he tenido, hermanos, haber visto lo que he visto,
porque estos santos y caballeros profesaron lo que yo profeso, que es el
ejercicio de las armas; sino que la diferencia que hay entre mí y ellos
es que ellos fueron santos y pelearon a lo divino, y yo soy pecador y
peleo a lo humano. Ellos conquistaron el cielo a fuerza de brazos,
porque el cielo padece fuerza, y yo hasta agora no sé lo que conquisto a
fuerza de mis trabajos; pero si mi Dulcinea del Toboso saliese de los
que padece, mejorándose mi ventura y adobándoseme el juicio, podría ser
que encaminase mis pasos por mejor camino del que llevo.
Luego empiezan Sancho y don Quijote a hablar de Altisidora. Y nuestro escudero se burla un poco del caballero.
Pero no puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuestra merced
que así la rindiese y avasallase: qué gala, qué brío, qué donaire, qué
rostro, que cada cosa por sí déstas, o todas juntas, le enamoraron; que
en verdad en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuestra merced
desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza, y que veo
más cosas para espantar que para enamorar; y, habiendo yo también oído
decir que la hermosura es la primera y principal parte que enamora, no
teniendo vuestra merced ninguna, no sé yo de qué se enamoró la pobre.
Pero la respuesta de don Quijote nos hace volver a pensar que no está tan loco nuestro caballero...
-Advierte, Sancho -respondió don Quijote-, que hay dos maneras de
hermosura: una del alma y otra del cuerpo; la del alma campea y se
muestra en el entendimiento, en la honestidad, en el buen proceder, en
la liberalidad y en la buena crianza, y todas estas partes caben y
pueden estar en un hombre feo; y cuando se pone la mira en esta
hermosura, y no en la del cuerpo, suele nacer el amor con ímpetu y con
ventajas. Yo, Sancho, bien veo que no soy hermoso, pero también conozco
que no soy disforme; y bástale a un hombre de bien no ser monstruo para
ser bien querido, como tenga los dotes del alma que te he dicho.
Y en este diálogo estaban cuando don Quijote se vio "enredado entre unas redes de hilo verde, que desde unos árboles a otros estaban tendidas". Creyó don Quijote al principio estar ante una nueva aventura cuando dos hermosas pastoras aparecieron y le explicaron que era una red que habían puesto para cazar pajaritos. Y se inicia aquí un episodio un tanto bucólico en el que don Quijote vuelve a mostrar su sensatez en muchos temas.
Entre los pecados mayores que los hombres cometen, aunque algunos dicen
que es la soberbia, yo digo que es el desagradecimiento, ateniéndome a
lo que suele decirse: que de los desagradecidos está lleno el infierno.
Este pecado, en cuanto me ha sido posible, he procurado yo huir desde el
instante que tuve uso de razón; y si no puedo pagar las buenas obras
que me hacen con otras obras, pongo en su lugar los deseos de hacerlas, y
cuando éstos no bastan, las publico; porque quien dice y publica las
buenas obras que recibe, también las recompensara con otras, si pudiera;
porque, por la mayor parte, los que reciben son inferiores a los que
dan; y así, es Dios sobre todos, porque es dador sobre todos y no pueden
corresponder las dádivas del hombre a las de Dios con igualdad, por
infinita distancia; y esta estrecheza y cortedad, en cierto modo, la
suple el agradecimiento. Yo, pues, agradecido a la merced que aquí se me
ha hecho, no pudiendo corresponder a la misma medida, conteniéndome en
los estrechos límites de mi poderío, ofrezco lo que puedo y lo que tengo
de mi cosecha; y así, digo que sustentaré dos días naturales en metad
de ese camino real que va a Zaragoza, que estas señoras zagalas
contrahechas que aquí están son las más hermosas doncellas y más
corteses que hay en el mundo, excetado sólo a la sin par Dulcinea del
Toboso, única señora de mis pensamientos, con paz sea dicho de cuantos y
cuantas me escuchan.
Este idílico momento se ve truncado cuando don Quijote decide enfrentarse a una manada de toros. Y claro está, no sale bien de esta batalla...
...y así, el tropel de los toros bravos y el de los mansos cabestros, con
la multitud de los vaqueros y otras gentes que a encerrar los llevaban a
un lugar donde otro día habían de correrse, pasaron sobre don Quijote, y
sobre Sancho, Rocinante y el rucio, dando con todos ellos en tierra,
echándole a rodar por el suelo. Quedó molido Sancho, espantado don
Quijote, aporreado el rucio y no muy católico Rocinante; pero, en fin,
se levantaron todos, y don Quijote, a gran priesa, tropezando aquí y
cayendo allí, comenzó a correr tras la vacada, diciendo a voces:
-¡Deteneos y esperad, canalla malandrina, que un solo caballero os
espera, el cual no tiene condición ni es de parecer de los que dicen que
al enemigo que huye, hacerle la puente de plata!
Pero no por eso se detuvieron los apresurados corredores, ni hicieron
más caso de sus amenazas que de las nubes de antaño. Detúvole el
cansancio a don Quijote, y, más enojado que vengado, se sentó en el
camino, esperando a que Sancho, Rocinante y el rucio llegasen. Llegaron,
volvieron a subir amo y mozo, y, sin volver a despedirse de la Arcadia
fingida o contrahecha, y con más vergüenza que gusto, siguieron su
camino.