Termina el año y no puedo evitar contagiarme de tanto balance como leo estos días e intento hacer el mío también. Y me pongo a repasar y a recordar aquellos libros que aún permanecen en mi cabeza, bien por sus historias, bien por sus acertadas reflexiones o bien por el modo en que están contados.
Y empezamos. Y por donde vamos a empezar. Como soy un poco maniática me gusta seguir un orden y voy a principios de año. Y me cuelo en enero, un mes en que los protagonistas absolutos son los relatos. Un género que he disfrutado muchísimo este año. Y es que si hay dos lecturas que disfruté muchísimo este mes fueron Historias de una gaviota de Cristina Caviedes y Obsesión de Antonio Lagares.
En febrero no me alejo del género y descubro y disfruto con los personajes que tan bien dibuja Luis Miguel Morales en La sombra de las horas. Me supone un verdadero placer conocer al padre de Mayte Esteban y a la propia Mayte en La arena del reloj. Tras muchos años vuelvo a reencontrarme con Unamuno, disfrutando de nuevo de su prosa con Abel Sánchez.Y me rindo de nuevo ante un genio como Sándor Márai, quien me atrapa aunque me cuente la misma historia tres veces en La mujer justa.
Y marzo llega y me pilla disfrutando de una pequeña y bella historia, Una sombra en Pekín de José Ángel Cilleruelo. Por fin le hago hueco a una de esas novelas que llevaba años queriendo leer, Matar a un ruiseñor de Harper Lee. Y descubro a Yoko Ogawa, que me sorprende muy gratamente con La fórmula preferida del profesor.
En abril vuelvo a Unamuno, quien me hace sufrir y disfrutar con La tía Tula. Y me dejo seducir por las certeras reflexiones de El susurro de las sombras de Jan-Philipp Sendker.
En mayo tengo una cita con las chicas de Pilar Muñoz que aparecen en Ellas también viven. Con ellas reí, con ellas se me escapó alguna lágrima... Y retorné a la maravillosa prosa de Zweig, quien volvió a conquistarme con Ardiente secreto.
La ciudad de los ojos grises de Félix G. Modroño se convierte en una de las mejores lecturas del año en el mes de junio. En ese mismo mes descubrí al Benedetti novelista con La tregua y a una autora novel, A. Victora Vázquez, a la que pienso seguir muy de cerca, porque me sorprendió mucho con su primera novela, White Creek Manor.
En Julio Mayte Esteban me sorprendió con un cambio de registro espectacular y me hizo reír con El medallón de la magia. Y luego me tocó llorar con La abuela Lola de Cecilia Samartin.
Sufrí en agosto con el mundo desolador, sin esperanzas, que Akira Yoshimura nos muestra en Naufragios. Y regresé al relato esta vez de la mano de Cristina Gálvez y sus Monstruos cotidianos.
En septiembre seguí sufriendo por un lado de la mano de Dickens y sus Tiempos difíciles, y por otro, de la mano de Andrés Pascual y El haikú de las palabras perdidas.
Octubre llegó y temí por mi vida con Tormenta de espadas de George R.R. Martin. Me reconcilié con Follet con La caída de los gigantes. Y volví al género del terror con la magnífica Carmilla de Sheridan Le Fanu y me angustié con El juego de los niños de Juan José Plans.
Noviembre fue un mes en el que decidí volver a leer a uno de mis autores favoritos y que tenía un poco olvidado, Gabriel García Márquez. Del amor y otros demonios fue la obra escogida para hacerlo y la disfruté igual que la primera vez que la leí. Descubrí a Emilia Luna, que me hizo recordar mi niñez con sus Ojos de niña sobre el estrecho. Y disfruté, sufrí y aprendí un poco de nuestra historia con Las tres heridas de Paloma Sánchez-Garnica.
Y llegó el último mes del año, diciembre, que me pilló con Unamuno de nuevo, esta vez enseñándome un poquito de la historia de su Bilbao con su Paz en la guerra. Volví a reencontrarme con Drácula de Bram Stoker. Disfruté una navidad más con el inolvidable sr. Scrooge. Y este reencuentro con Dickens me animó para leer una novela más suya, Oliver Twist. Por fin pude disfrutar también de la prosa de Mercedes Pinto con Pretérito imperfecto. Recibí una gran clase de historia de manos de Toti Martínez de Lezea y La calle de la Judería. Y terminé el año con otro episodio trágico de nuestra historia, un episodio que nunca debería haber ocurrido, pero ocurrió... La bibliotecaria de Auschwitz de Antonio G. Iturbe.
Muchísimas gracias por haberme acompañado en este año que está a punto de terminar!!! Y os espero en el 2013 por aquí de nuevo y con más buenas lecturas!!!
En Julio Mayte Esteban me sorprendió con un cambio de registro espectacular y me hizo reír con El medallón de la magia. Y luego me tocó llorar con La abuela Lola de Cecilia Samartin.
Sufrí en agosto con el mundo desolador, sin esperanzas, que Akira Yoshimura nos muestra en Naufragios. Y regresé al relato esta vez de la mano de Cristina Gálvez y sus Monstruos cotidianos.
En septiembre seguí sufriendo por un lado de la mano de Dickens y sus Tiempos difíciles, y por otro, de la mano de Andrés Pascual y El haikú de las palabras perdidas.
Octubre llegó y temí por mi vida con Tormenta de espadas de George R.R. Martin. Me reconcilié con Follet con La caída de los gigantes. Y volví al género del terror con la magnífica Carmilla de Sheridan Le Fanu y me angustié con El juego de los niños de Juan José Plans.
Noviembre fue un mes en el que decidí volver a leer a uno de mis autores favoritos y que tenía un poco olvidado, Gabriel García Márquez. Del amor y otros demonios fue la obra escogida para hacerlo y la disfruté igual que la primera vez que la leí. Descubrí a Emilia Luna, que me hizo recordar mi niñez con sus Ojos de niña sobre el estrecho. Y disfruté, sufrí y aprendí un poco de nuestra historia con Las tres heridas de Paloma Sánchez-Garnica.
Y llegó el último mes del año, diciembre, que me pilló con Unamuno de nuevo, esta vez enseñándome un poquito de la historia de su Bilbao con su Paz en la guerra. Volví a reencontrarme con Drácula de Bram Stoker. Disfruté una navidad más con el inolvidable sr. Scrooge. Y este reencuentro con Dickens me animó para leer una novela más suya, Oliver Twist. Por fin pude disfrutar también de la prosa de Mercedes Pinto con Pretérito imperfecto. Recibí una gran clase de historia de manos de Toti Martínez de Lezea y La calle de la Judería. Y terminé el año con otro episodio trágico de nuestra historia, un episodio que nunca debería haber ocurrido, pero ocurrió... La bibliotecaria de Auschwitz de Antonio G. Iturbe.
Muchísimas gracias por haberme acompañado en este año que está a punto de terminar!!! Y os espero en el 2013 por aquí de nuevo y con más buenas lecturas!!!
¡¡¡FELIZ 2013 A TOD@S!!!