Un grupo de mujeres, encarceladas en la madrileña prisión de Ventas,
enarbola la bandera de la dignidad y el coraje como única arma posible
para enfrentarse a la humillación, la tortura y la muerte. Pocas
novelas podemos calificar como imprescindibles. La voz dormida es una de
ellas porque nos ayuda a bucear en el papel que las mujeres jugaron
durante unos años decisivos para la historia de España. Relegadas al
ámbito doméstico, decidieron asumir el protagonismo que la tradición les
negaba para luchar por un mundo más justo. Unas en la retaguardia y las
más osadas en la vanguardia armada de la guerrilla, donde dejaron la
evidencia de su valentía y sacrificio.
Esta es de esas ocasiones en que un libro te ha llegado tanto que es imposible hacer una reseña que le haga justicia. Una auténtica joya es este libro, que estoy segura que va a estar entre las mejores lecturas del año.
Es imposible manifestar cuánto dolor causa esta lectura, cuántos emociones nos hace sentir estas mujeres que protagonizan esta trágica historia. Mujeres que perdieron la guerra, mujeres que decidieron abandonar esa actitud pasiva que hasta ese momento tenían, que empezaron a sentir la necesidad de participar de forma más activa y que empezaron a luchar por lo que creían. Mujeres valientes, mujeres que sacrificaron toda su vida por sus ideales, mujeres que lo dieron todo, absolutamente todo.
Dolor, tortura, muerte... Siempre están presentes en esta novela. Está presente en la prisión, donde las mujeres están encarceladas, pero también está presente fuera, en las colas que se forman a la puerta de la prisión por parte de los familiares para visitar a los presos. Entre ellos reina la incertidumbre, la tristeza, la pena. Ni siquiera están seguros de poder visitar a su familiar ese día. Quizás tengan prohibidas las visitas. Pero ellos, que vienen de otros pueblos, de otras ciudades, no lo saben. Y a veces tienen que volver a sus casas sin haber podido verlas. Y quizás tengan que esperar un largo año para volver... Y en sus casas el miedo sigue estando presente. Tienen miedo de hablar, porque nunca saben quién está escuchando. Porque la traición es el pan nuestro de cada día. Porque se impone el deseo de sobrevivir aunque eso signifique traicionar al amigo, al vecino...
Quizá
el tiempo se mida en palabras. En las palabras que se dicen. Y en las
que no se dicen. Pepita lee una y otra vez los diarios de Hortensia. Una
y otra vez. Un día y otro. Y un mes. Y otro mes. Pepita cuenta las
páginas de los cuadernos azules y las veces que las ha leído para Tensi,
mientras Tensi crece.
Y
cuenta los días y los meses que pasan sin noticias de Francia,
idénticos unos a otros en el silencio. Sí, el tiempo es también la
duración del silencio.
Es
necesario aprender a vivir en la espera. Es necesario aprender a
respirar cuando llama el cartero a la puerta y se teme y se desea una
carta de Francia. Es preciso distinguir entre el alivio y la tristeza
cuando un suspiro se escapa al ver marchar al cartero. Y las manos
vacías [...]
Sentimos angustia, pena, desazón por las protagonistas de esta historia, por Hortensia, Tomasa, Elvira y Reme, cuatro mujeres presas en la cárcel de Las Ventas. Pese al sufrimiento que padecen, nunca traicionarán a los suyos, nunca abandonarán sus ideales, aunque esto implique duros y severos castigos. Y nos duele y enternece Pepita, la hermana de Hortensia. Ella está libre pero siempre estará los días de visita en la cárcel para llevarle algo de comida a su hermana, que está embarazada de ocho meses. Ella no quiere saber nada ni de republicanos ni de franquistas. No cree ni en una cosa ni en la otra. Sólo sabe que esta lucha ha destrozado a su familia, como está destrozando a miles de familias en el país. No querrá involucrarse en esta lucha sin sentido que sólo está provocando miseria y dolor. Pero finalmente participará, pero será por amor...
La voz dormida nos atrapa desde la primera frase: "La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia..." Y nos pone un nudo en la garganta que no desaparece cuando terminamos el libro. Se queda ahí, porque el recuerdo de estas valientes mujeres no se borra de nuestra memoria. Porque Dulce Chacón consigue con su exquisita forma de contar, con una prosa que roza la poesía, emocionarnos de principio a fin con una historia que duele hasta el alma.
La
mujer que iba a morir se llamaba Hortensia. Tenía los ojos oscuros y no
hablaba nunca en voz alta. Sólo cuando la risa le llenaba la boca, se
le escapaba un Ay madre mía de mi vida que aún no había aprendido a
controlar, y lo repetía casi a gritos sujetándose el vientre. Se pasaba
gran parte del día escribiendo en un cuaderno azul. Llevaba el cabello
largo, anudado en una trenza que le recorría la espalda, y estaba
embarazada de ocho meses.Ya se había acostumbrado a hablar en voz baja,
con esfuerzo, pero se había acostumbrado. Y había aprendido a no hacerse
preguntas, a aceptar que la derrota se cuela en lo hondo, en lo más
hondo, sin pedir permiso y sin dar explicaciones. Y tenía hambre, y
frío, y le dolían las rodillas, pero no podía parar de reír.
Reía.
Reía porque Elvira, la más pequeña de sus compañeras, había rellenado
un guante con garbanzos para hacer la cabeza de un títere, y el peso le
impedía manipularlo. Pero no se rendía. Sus dedos diminutos luchaban con
el guante de lana, y su voz, aflautada para la ocasión, acompañaba la
pantomima para ahuyentar el miedo.El miedo de Elvira. El miedo de
Hortensia. El miedo de las mujeres que compartían la costumbre de hablar
en voz baja. El miedo en sus voces. Y el miedo en sus ojos huidizos,
para no ver la sangre. Para no ver el miedo, huidizo también, en los
ojos de sus familiares.
Era día de visita. La mujer que iba a morir no sabía que iba a morir.