martes, 2 de junio de 2015

Leemos el Quijote (2º parte): Capítulo XXIX y capítulo XL

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Capítulo XXXIX: 
 
La Dolorida sigue contando su historia:

-«En fin, al cabo de muchas demandas y respuestas, como la infanta se estaba siempre en sus trece, sin salir ni variar de la primera declaración, el vicario sentenció en favor de don Clavijo, y se la entregó por su legítima esposa, de lo que recibió tanto enojo la reina doña Maguncia, madre de la infanta Antonomasia, que dentro de tres días la enterramos.» 
 Sancho no puede evitar interrumpir, sorprendido ante la muerte de la reina:

-Ya se ha visto, señor escudero -replicó Sancho-, enterrar un desmayado creyendo ser muerto, y parecíame a mí que estaba la reina Maguncia obligada a desmayarse antes que a morirse; que con la vida muchas cosas se remedian, y no fue tan grande el disparate de la infanta que obligase a sentirle tanto
 Que además Clavijo no era un simple criado, sino un gentil hombre:

Cuando se hubiera casado esa señora con algún paje suyo, o con otro criado de su casa, como han hecho otras muchas, según he oído decir, fuera el daño sin remedio; pero el haberse casado con un caballero tan gentilhombre y tan entendido como aquí nos le han pintado, en verdad en verdad que, aunque fue necedad, no fue tan grande como se piensa; porque, según las reglas de mi señor, que está presente y no me dejará mentir, así como se hacen de los hombres letrados los obispos, se pueden hacer de los caballeros, y más si son andantes, los reyes y los emperadores.
Esta última alusión a los caballeros gusta a don Quijote:
-Razón tienes, Sancho -dijo don Quijote-, porque un caballero andante, como tenga dos dedos de ventura, está en potencia propincua de ser el mayor señor del mundo. Pero, pase adelante la señora Dolorida, que a mí se me trasluce que le falta por contar lo amargo desta hasta aquí dulce historia. 
Pero no termina ahí la historia de la Dolorida. En el momento del entierro de la reina, aparece el malvado gigante y encantador Malambruno, quien, en venganza por lo sucedido, castiga a Antonomasia y a Clavijo, convirtiendo a la primera en una jimia de bronce y a él, en un cocodrilo. Sólo una cosa podrá salvarlos de este encantamiento:
No cobrarán su primera forma estos dos atrevidos amantes hasta que el valeroso manchego venga conmigo a las manos en singular batalla, que para solo su gran valor guardan los hados esta nunca vista aventura.
Y no satisfecho, también castigará a las dueñas, con una "muerte civil y continua"
Y luego la Dolorida y las demás dueñas alzaron los antifaces con que cubiertas venían, y descubrieron los rostros, todos poblados de barbas, cuáles rubias, cuáles negras, cuáles blancas y cuáles albarrazadas, de cuya vista mostraron quedar admirados el duque y la duquesa, pasmados don Quijote y Sancho, y atónitos todos los presentes.
Capítulo LX:

Este capítulo empieza alabando a Cide Hamete por contar con tanta maestría la historia de Don Quijote y Sancho:
Real y verdaderamente, todos los que gustan de semejantes historias como ésta deben de mostrarse agradecidos a Cide Hamete, su autor primero, por la curiosidad que tuvo en contarnos las semínimas della, sin dejar cosa, por menuda que fuese, que no la sacase a luz distintamente: pinta los pensamientos, descubre las imaginaciones, responde a las tácitas, aclara las dudas, resuelve los argumentos; finalmente, los átomos del más curioso deseo manifiesta. ¡Oh autor celebérrimo! ¡Oh don Quijote dichoso! ¡Oh Dulcinea famosa! ¡Oh Sancho Panza gracioso! Todos juntos y cada uno de por sí viváis siglos infinitos, para gusto y general pasatiempo de los vivientes.
Y a continuación, sigue con la historia. Sancho maldice a Malambruno, por lo que le ha hecho a las dueñas:
-Por la fe de hombre de bien, juro, y por el siglo de todos mis pasados los Panzas, que jamás he oído ni visto, ni mi amo me ha contado, ni en su pensamiento ha cabido, semejante aventura como ésta. Válgate mil satanases, por no maldecirte por encantador y gigante, Malambruno; y ¿no hallaste otro género de castigo que dar a estas pecadoras sino el de barbarlas? ¿Cómo y no fuera mejor, y a ellas les estuviera más a cuento, quitarles la mitad de las narices de medio arriba, aunque hablaran gangoso, que no ponerles barbas? Apostaré yo que no tienen hacienda para pagar a quien las rape. 
Don Quijote se muestra decidido a ayudarlas:
-Yo me pelaría las mías -dijo don Quijote- en tierra de moros, si no remediase las vuestras. 
La Dolorida le anuncia que para llegar a su reino, que está muy lejos, tendrá que subir, junto a su escudero, a un caballo volador. Y no estará Sancho al principio muy dispuesto... Gracioso es la escena en que el escudero le pregunta por el nombre del caballo.
-El nombre -respondió la Dolorida- no es como el caballo de Belorofonte, que se llamaba Pegaso, ni como el del Magno Alejandro, llamado Bucéfalo, ni como el del furioso Orlando, cuyo nombre fue Brilladoro, ni menos Bayarte, que fue el de Reinaldos de Montalbán, ni Frontino, como el de Rugero, ni Bootes ni Peritoa, como dicen que se llaman los del Sol, ni tampoco se llama Orelia, como el caballo en que el desdichado Rodrigo, último rey de los godos, entró en la batalla donde perdió la vida y el reino.

-Yo apostaré -dijo Sancho- que, pues no le han dado ninguno desos famosos nombres de caballos tan conocidos, que tampoco le habrán dado el de mi amo, Rocinante, que en ser propio excede a todos los que se han nombrado.

-Así es -respondió la barbada condesa-, pero todavía le cuadra mucho, porque se llama Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser de leño, y con la clavija que trae en la frente, y con la ligereza con que camina; y así, en cuanto al nombre, bien puede competir con el famoso Rocinante.
Pero no le gusta a Sancho montarse en ese caballo y al principio se niega.
-Ya lo querría ver -respondió Sancho-, pero pensar que tengo de subir en él, ni en la silla ni en las ancas, es pedir peras al olmo. ¡Bueno es que apenas puedo tenerme en mi rucio, y sobre un albarda más blanda que la mesma seda, y querrían ahora que me tuviese en unas ancas de tabla, sin cojín ni almohada alguna! Pardiez, yo no me pienso moler por quitar las barbas a nadie: cada cual se rape como más le viniere a cuento, que yo no pienso acompañar a mi señor en tan largo viaje. Cuanto más, que yo no debo de hacer al caso para el rapamiento destas barbas como lo soy para el desencanto de mi señora Dulcinea.(...)
-¡Aquí del rey otra vez! -replicó Sancho-. Cuando esta caridad se hiciera por algunas doncellas recogidas, o por algunas niñas de la doctrina, pudiera el hombre aventurarse a cualquier trabajo, pero que lo sufra por quitar las barbas a dueñas, ¡mal año! Mas que las viese yo a todas con barbas, desde la mayor hasta la menor, y de la más melindrosa hasta la más repulgada. 
Y serán finalmente las lágrimas de la Dolorida las que convenzan a Sancho.
Dijo esto con tanto sentimiento la Trifaldi, que sacó las lágrimas de los ojos de todos los circunstantes, y aun arrasó los de Sancho, y propuso en su corazón de acompañar a su señor hasta las últimas partes del mundo, si es que en ello consistiese quitar la lana de aquellos venerables rostros.

7 comentarios:

  1. ¡Espero que sigas disfrutando de la lectura! Un besote :)

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  2. Hola linda!!
    La verdad es que leer esta historia siempre ha llamado mi atención, pero algo me impide hacerlo, quizás la atención no sea suficiente xD.

    Sigue disfrutándolo.

    Saludos =D

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  3. No me oriento, pero ya tiene que no quedar mucho, no?
    Besos

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  4. Hola Margari Sancho siempre pensando en su compañero de viaje, :) a seguir disfrutando de "El Quijote".

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  5. Estos duques se están pasando mucho con nuestros amigos... :-(
    Un beso!

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  6. Uhhh que rápido avanza, no?

    Un saludo!!

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  7. Mmmm, estoy pedidillo y mira que he leído la entrada un par de veces... creo que en su día ya estaba algo cansado y perdí atención al final. de la lectura, tengo que poner remedio a esto. Besos.

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¡Muchísimas gracias por vuestros comentarios!