martes, 20 de octubre de 2015

Leemos el Quijote (2º parte): Capítulo LXI y capítulo LXII

http://bourbonstreet-porlomenix.blogspot.com.es/2015/01/reto-en-2015-leemos-el-quijote.html

 Capítulo LXI:

Se inicia este capítulo con don Quijote y Sancho aún acompañando a Roque. Y aprovecha el autor para describir cómo era la vida de aquel que vivía apartado de la justicia.
Tres días y tres noches estuvo don Quijote con Roque, y si estuviera trecientos años, no le faltara qué mirar y admirar en el modo de su vida: aquí amanecían, acullá comían; unas veces huían, sin saber de quién, y otras esperaban, sin saber a quién. Dormían en pie, interrompiendo el sueño, mudándose de un lugar a otro. Todo era poner espías, escuchar centinelas, soplar las cuerdas de los arcabuces, aunque traían pocos, porque todos se servían de pedreñales. Roque pasaba las noches apartado de los suyos, en partes y lugares donde ellos no pudiesen saber dónde estaba; porque los muchos bandos que el visorrey de Barcelona había echado sobre su vida le traían inquieto y temeroso, y no se osaba fiar de ninguno, temiendo que los mismos suyos, o le habían de matar, o entregar a la justicia: vida, por cierto, miserable y enfadosa.
Llegaron a Barcelona, donde ya se despidieron de Roque. Y donde nuestros protagonistas vieron por primera vez el mar.
Tendieron don Quijote y Sancho la vista por todas partes: vieron el mar, hasta entonces dellos no visto; parecióles espaciosísimo y largo, harto más que las lagunas de Ruidera, que en la Mancha habían visto; vieron las galeras que estaban en la playa, las cuales, abatiendo las tiendas, se descubrieron llenas de flámulas y gallardetes, que tremolaban al viento y besaban y barrían el agua; dentro sonaban clarines, trompetas y chirimías, que cerca y lejos llenaban el aire de suaves y belicosos acentos.
Y en Barcelona se encontraron con el amigo de Roque, que ya estaba avisado de su llegada y que les hizo un gran recibimiento. No falta aquí una crítica a ese Quijote apócrifo de Avellaneda.
-Bien sea venido a nuestra ciudad el espejo, el farol, la estrella y el norte de toda la caballería andante, donde más largamente se contiene. Bien sea venido, digo, el valeroso don Quijote de la Mancha: no el falso, no el ficticio, no el apócrifo que en falsas historias estos días nos han mostrado, sino el verdadero, el legal y el fiel que nos describió Cide Hamete Benengeli, flor de los historiadores. 
Y de nuevo el humor aparece, porque cuando don Quijote y Sancho se disponen ya a entrar en la ciudad, por culpa de unos muchachos, "que son más malos que el malo" terminan de nuevo en el suelo.
  Con palabras no menos comedidas que éstas le respondió el caballero, y, encerrándole todos en medio, al son de las chirimías y de los atabales, se encaminaron con él a la ciudad, al entrar de la cual, el malo, que todo lo malo ordena, y los muchachos, que son más malos que el malo, dos dellos traviesos y atrevidos se entraron por toda la gente, y, alzando el uno de la cola del rucio y el otro la de Rocinante, les pusieron y encajaron sendos manojos de aliagas. Sintieron los pobres animales las nuevas espuelas, y, apretando las colas, aumentaron su disgusto, de manera que, dando mil corcovos, dieron con sus dueños en tierra. Don Quijote, corrido y afrentado, acudió a quitar el plumaje de la cola de su matalote, y Sancho, el de su rucio. Quisieran los que guiaban a don Quijote castigar el atrevimiento de los muchachos, y no fue posible, porque se encerraron entre más de otros mil que los seguían.
Capítulo LXII:

No me ha caído nada bien don Antonio, el caballero que acoge en su casa a don Quijote y Sancho. Solo persigue divertirse y burlarse de ellos, como casi todos los personajes que aparecen en este capítulo.
Don Antonio Moreno se llamaba el huésped de don Quijote, caballero rico y discreto, y amigo de holgarse a lo honesto y afable, el cual, viendo en su casa a don Quijote, andaba buscando modos como, sin su perjuicio, sacase a plaza sus locuras; porque no son burlas las que duelen, ni hay pasatiempos que valgan si son con daño de tercero. Lo primero que hizo fue hacer desarmar a don Quijote y sacarle a vistas con aquel su estrecho y acamuzado vestido -como ya otras veces le hemos descrito y pintado- a un balcón que salía a una calle de las más principales de la ciudad, a vista de las gentes y de los muchachos, que como a mona le miraban. Corrieron de nuevo delante dél los de las libreas, como si para él solo, no para alegrar aquel festivo día, se las hubieran puesto; y Sancho estaba contentísimo, por parecerle que se había hallado, sin saber cómo ni cómo no, otras bodas de Camacho, otra casa como la de don Diego de Miranda y otro castillo como el del duque. 
Solo un personaje, un castellano, es sincero cuando se dirige a don Quijote. Pero lo hace de forma tan cruel que es imposible que nos caiga bien.
Acaeció, pues, que, yendo don Quijote con el aplauso que se ha dicho, un castellano que leyó el rétulo de las espaldas, alzó la voz, diciendo:

-¡Válgate el diablo por don Quijote de la Mancha! ¿Cómo que hasta aquí has llegado, sin haberte muerto los infinitos palos que tienes a cuestas? Tu eres loco, y si lo fueras a solas y dentro de las puertas de tu locura, fuera menos mal; pero tienes propiedad de volver locos y mentecatos a cuantos te tratan y comunican; si no, mírenlo por estos señores que te acompañan. Vuélvete, mentecato, a tu casa, y mira por tu hacienda, por tu mujer y tus hijos, y déjate destas vaciedades que te carcomen el seso y te desnatan el entendimiento.

-Hermano -dijo don Antonio-, seguid vuestro camino, y no deis consejos a quien no os los pide. El señor don Quijote de la Mancha es muy cuerdo, y nosotros, que le acompañamos, no somos necios; la virtud se ha de honrar dondequiera que se hallare, y andad en hora mala, y no os metáis donde no os llaman.

-Pardiez, vuesa merced tiene razón -respondió el castellano-, que aconsejar a este buen hombre es dar coces contra el aguijón; pero, con todo eso, me da muy gran lástima que el buen ingenio que dicen que tiene en todas las cosas este mentecato se le desagüe por la canal de su andante caballería; y la enhoramala que vuesa merced dijo, sea para mí y para todos mis descendientes si de hoy más, aunque viviese más años que Matusalén, diere consejo a nadie, aunque me lo pida. 
Me ha gustado que los pasos de don Quijote al final de este capítulo le hayan llevado a una imprenta. Y es mucha la curiosidad de nuestro caballero por este trabajo. E incluso se atreve a dar su personal opinión sobre la traducción de las obras extranjeras.
-Osaré yo jurar -dijo don Quijote- que no es vuesa merced conocido en el mundo, enemigo siempre de premiar los floridos ingenios ni los loables trabajos. ¡Qué de habilidades hay perdidas por ahí! ¡Qué de ingenios arrinconados! ¡Qué de virtudes menospreciadas! Pero, con todo esto, me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices flamencos por el revés, que, aunque se veen las figuras, son llenas de hilos que las escurecen, y no se veen con la lisura y tez de la haz; y el traducir de lenguas fáciles, ni arguye ingenio ni elocución, como no le arguye el que traslada ni el que copia un papel de otro papel. Y no por esto quiero inferir que no sea loable este ejercicio del traducir; porque en otras cosas peores se podría ocupar el hombre, y que menos provecho le trujesen. Fuera desta cuenta van los dos famosos traductores: el uno, el doctor Cristóbal de Figueroa, en su Pastor Fido, y el otro, don Juan de Jáurigui, en su Aminta, donde felizmente ponen en duda cuál es la tradución o cuál el original. Pero dígame vuestra merced: este libro, ¿imprímese por su cuenta, o tiene ya vendido el privilegio a algún librero? 
Entre los libros que vio en la imprenta se encontró con la "Segunda parte del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal vecino de Tordesillas".  
-Ya yo tengo noticia deste libro -dijo don Quijote-, y en verdad y en mi conciencia que pensé que ya estaba quemado y hecho polvos, por impertinente; pero su San Martín se le llegará, como a cada puerco, que las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della, y las verdaderas tanto son mejores cuanto son más verdaderas.

17 comentarios:

  1. ¡Me alegra que vayas tan bien con el reto y que además lo estés disfrutando! Un besote :)

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  2. A mí también me gustó lo de la imprenta XD
    Besos!

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  3. He conseguido hacerme con él nuevamente, ahora forma parte de la estantería de mi casa (antes solo estaba en casa de mi madre).
    Muaks

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  4. Yo sigo teniendo pendiente esta segunda parte. Debería hacer como tu e ir alternandola con las otras lecturas, pero es tan cortito el tiempo que tengo para dedicarle a la lectura que si lo reparto se queda en nada. Algún día le llegará su momento, estoy segura. Aquí estás tu para recordarme mi "falta", jejeje.

    Besos

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  5. Qué mal me siento por haberlo abandonado. Aunque si me lo propusiera, estaría a tiempo...
    Besos.

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  6. Hola! Veo que lo llevas bastante bien. Debería volver a buscar este libro, jejeje. Besos!

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  7. Muchas gracias por compartirla :)
    Un beso.

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  8. Hola
    Me alegra mucho que te ese yendo muy bien y varas avanzando poco a poco.
    Saludos

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  9. Te queda nada, a por el último empujón! 1beso!

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  10. Oh! Qué ilusión, casi no me acordaba, Don Quijote hablando de mi gremio jajajaj, este monólogo lo teníamos todos pegado en la pared en un folio quemado por los bordes para que pareciera viejo jajaja. Besos :)

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  11. Reconozco mi ignorancia, no sabía que habían estado en Barcelona :)
    Besos!

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  12. Ánimos y a seguir con él.
    Besotes

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  13. Don Antonio tampoco me gusta a mi, me da mucha pena que se cachondeen del pobre Don Alonso cuando es el hombre más altruista, un caballero andante de pies a cabeza. Menos mal que Don Quijote tiene más moral que el Alcoyano y además seguirán su camino.

    Te admiro, Margari. Un beso

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