Y es que se ve que ahí tiene que gustar mucho eso de pasear por el bosque, y por el mismo camino, que mira que ha habido gente que ha tropezado con ese cadáver, pero como si fuera algo habitual, sin darle mucho importancia. Y tiene que ser algo muy normal también eso de encontrarse a alguien arrastrando un cuerpo. Que menos que después de ese esfuerzo, invitar al sufrido cargador a una taza de te...
Situaciones absurdas una tras otra, pero que me han hecho reír durante toda la lectura, además de preguntarme quién (...) mató a Harry. En el paréntesis podéis poner la palabra malsonante que más os guste. Y es que, para responder a esa pregunta he estado durante toda la lectura más perdida que el barco del arroz. Pero al final, hasta es lo de menos. Porque he disfrutado como una enana con ese humor negro tan típico inglés y con esa prosa, sencilla pero exquisita al mismo tiempo de la que hace gala el autor a lo largo de toda la novela. Toda una pequeña joya.
Escrita tras el éxito revelador de Jane Eyre, aunque en circunstancias ciertamente trágicas, mientras veía morir a tres de sus hermanos (Branwell, Emily y Anne), Shirley
(1849) nació explícitamente de la vocación de Charlotte Brontë de hacer
«algo real, frío y sólido». Con este principio, escribió su única
novela en tercera persona, imbricando la experiencia individual con el
destino histórico de la colectividad. Robert Moore, «hombre importante,
hombre de acción», dueño de una fábrica textil sacudida por los efectos
económicos de las guerras napoleónicas y por el temor de los obreros a
la revolución industrial, se debate entre el amor callado de su prima
Caroline, una huérfana en constante vigilia y obligada austeridad, cuyo
espíritu «intenta vivir de la exigua dieta de los deseos», y la
admiración apasionada de Shirley, una heredera independiente y
entusiasta, «demasiado rebelde para el cielo, demasiado inocente para el
infierno». La rivalidad en el amor no impide el afecto y la solidaridad
entre las dos mujeres, pues ambas saben que, frente a los hombres, es
más lo que las une que lo que las separa. Shirley
tiene el talento único de Charlotte Brontë para combinar análisis
sutiles con arrebatos visionarios, un elevadísimo sentido moral con una
heterodoxa sátira de costumbres, y esa soberbia estilización del amor y
el sentimiento que es la clave de su estética y de su mundo.
Shirley ha sido una pequeña decepción. No he llegado a disfrutar de pleno con esta novela. Me ha resultado muy lenta en su desarrollo, con excesivas descripciones que ralentizan la historia. En esta ocasión, hubiera agradecido menos páginas.
Ambientada en 1812, en Yorkshire, son los años de una gran depresión industrial, cosa que está muy bien reflejada en la novela. Es lo que más me ha gustado. Está muy bien descrito esos tiempos en los que la introducción de la máquina está provocando la falta de empleo de muchos obreros y la desesperación e impotencia de estos, que no dudan incluso en recurrir a la violencia, en la lucha por ese empleo perdido, por esos derechos que les están arrebatando. Mucha crítica y mucha denuncia social hay en este libro.
Lo que no tenía muy claro la autora es la personalidad de sus dos protagonistas femeninos. Al principio, ambas parecen personajes independientes. Caroline, por su deseo de tener un trabajo, y Shirley, por la libertad que demuestra al exponer sus ideas. Pero al final, en ambos casos, el amor irrumpe en sus vidas y todo ese carácter parece desmoronarse, sobre todo en el caso de Shirley, lo que me sorprendió bastante.
"Un hombre que desee vivir conmigo como marido tiene que ser capaz de dominarme. Un hombre en cuya presencia me sienta obligada e inclinada a ser buena. Un hombre cuya aprobación sea una recompensa y cuya censura sea un castigo para mí."
Y el amor se convierte en el absoluto protagonista en las páginas finales, pero la verdad es que esta parte es la que menos me ha interesado. No me han resultado sus historias suficientemente buenas ni bien desarrolladas como para atraparme. En fin, no me he arrepentido de leerla, que tiene sus cosas buenas, pero no ha sido la obra maestra que esperaba de esta autora.
DráculaBram Stoker
Traducción por Juan Antonio Molina Foix
Cátedra, 2006
Si hay un mito literario que haya alcanzado la universalidad, sin
duda es el de "Drácula", el arquetipo del vampiro. Publicada a finales
del siglo XIX y recibida todavía como una novela gótica tardía, sus
repercusiones han desbordado con creces el ámbito cerrado del género,
gracias a una hábil amalgama de folclore e historia auténtica. "Drácula"
es un clásico porque cuenta algo que puede suceder donde quiera que
haya seres humanos: el miedo a la muerte y a los muertos, el sueño de la
inmortalidad, la dialéctica psicológica y sexual en nuestro interior
entre dominio y sentimiento, entre el deseo de herir a los que amamos y
de ser heridos por ellos.
De Drácula ya hice reseña hace unos años, así que no voy a extenderme mucho en esta ocasión. Me apetecía releerla otra vez, así que aproveché la iniciativa de Anabel Samani para hacerlo. Lo que no esperaba era pasármelo tan bien, porque lo que me he reído junto a Nitrocris, Susurros de B y la propia Anabel no ha sido normal. Yo creo que las copitas que se tomaban los protagonistas, que no han sido pocas, nos terminaron afectando. Que nunca en mis anteriores lecturas había sido tan consciente de la de veces que lo arreglan todo con una copita de vino, whisky, brandy o lo que sea. ¿Qué necesito valor para enfrentarme al peligro? Copita. ¿Desmayo? Copita. ¿Cansancio? Copita. ¿Preocupado? Venga copita... Habría que ver a esta gente en una juerga...
Y en esta lectura también he sido más consciente de que, sin Mina, la empresa a buen fin posiblemente no hubiera llegado. Ella es la que demuestra ser más inteligente, más valiente, la que más arriesga. Y si Van Helsing hubiera sido desde el principio más clarito y se hubiera dignado a expresar sus pensamientos antes, muchas cosas hubieran podido ser evitadas. Claro que si esto hubiera ocurrido, no habría historia...
Y no puedo terminar sin añadir que Stoker demuestra, sobre todo en su primera mitad, que creando atmósferas inquietantes y angustiantes es un absoluto genio.
En fin, un clásico que hay que leer sí o sí. Y si además lo haces en buena compañía, como ha sido el caso, lo disfrutas el doble.