Capítulo XXXI:
Los duques continúan con su burla. Una vez en su castillo, las órdenes de ellos son las de tratar a don Quijote como si fuera un auténtico caballero andante. Y tan bien lo hicieron que incluso nuestro don Quijote siente que es en ese momento cuando es un auténtico caballero... Lo que nos lleva a pensar... ¿Antes lo dudaba?
...y al entrar en un gran patio, llegaron dos hermosas doncellas y echaron
sobre los hombros a don Quijote un gran manto de finísima escarlata, y
en un instante se coronaron todos los corredores del patio de criados y
criadas de aquellos señores, diciendo a grandes voces:
-¡Bien sea venido la flor y la nata de los caballeros andantes!
Y todos, o los más, derramaban pomos de aguas olorosas sobre don
Quijote y sobre los duques, de todo lo cual se admiraba don Quijote; y
aquél fue el primer día que de todo en todo conoció y creyó ser
caballero andante verdadero, y no fantástico, viéndose tratar del mesmo
modo que él había leído se trataban los tales caballeros en los pasados
siglos.
Aparte de alguna escena de Sancho, que averguenza a don Quijote, el momento cumbre se produce al final del capítulo, cuando un eclesiástico, al reconocer a nuestro caballero, se despacha a gusto contra él:
El eclesiástico, que oyó decir de gigantes, de follones y de encantos,
cayó en la cuenta de que aquél debía de ser don Quijote de la Mancha,
cuya historia leía el duque de ordinario, y él se lo había reprehendido
muchas veces, diciéndole que era disparate leer tales disparates; y,
enterándose ser verdad lo que sospechaba, con mucha cólera, hablando con
el duque, le dijo:
-Vuestra Excelencia, señor mío, tiene que dar cuenta a Nuestro Señor de
lo que hace este buen hombre. Este don Quijote, o don Tonto, o como se
llama, imagino yo que no debe de ser tan mentecato como Vuestra
Excelencia quiere que sea, dándole ocasiones a la mano para que lleve
adelante sus sandeces y vaciedades.
Y, volviendo la plática a don Quijote, le dijo:
-Y a vos, alma de cántaro, ¿quién os ha encajado en el celebro que sois
caballero andante y que vencéis gigantes y prendéis malandrines? Andad
en hora buena, y en tal se os diga: volveos a vuestra casa, y criad
vuestros hijos, si los tenéis, y curad de vuestra hacienda, y dejad de
andar vagando por el mundo, papando viento y dando que reír a cuantos os
conocen y no conocen. ¿En dónde, nora tal, habéis vos hallado que hubo
ni hay ahora caballeros andantes? ¿Dónde hay gigantes en España, o
malandrines en la Mancha, ni Dulcineas encantadas, ni toda la caterva de
las simplicidades que de vos se cuentan?
Sí, le dice la verdad, pero... ¿No había una forma más suave de decirla?
Capítulo XXXII:
Don Quijote contesta al eclesiástico, demostrando una vez más sus grandes dotes para la oratoria:
-El lugar donde estoy, y la presencia ante quien me hallo y el respeto
que siempre tuve y tengo al estado que vuesa merced profesa tienen y
atan las manos de mi justo enojo; y, así por lo que he dicho como por
saber que saben todos que las armas de los togados son las mesmas que
las de la mujer, que son la lengua, entraré con la mía en igual batalla
con vuesa merced, de quien se debía esperar antes buenos consejos que
infames vituperios. Las reprehensiones santas y bien intencionadas otras
circunstancias requieren y otros puntos piden: a lo menos, el haberme
reprehendido en público y tan ásperamente ha pasado todos los límites de
la buena reprehensión, pues las primeras mejor asientan sobre la
blandura que sobre la aspereza, y no es bien que, sin tener conocimiento
del pecado que se reprehende, llamar al pecador, sin más ni más,
mentecato y tonto. Si no, dígame vuesa merced: ¿por cuál de las
mentecaterías que en mí ha visto me condena y vitupera, y me manda que
me vaya a mi casa a tener cuenta en el gobierno della y de mi mujer y de
mis hijos, sin saber si la tengo o los tengo? ¿No hay más sino a troche
moche entrarse por las casas ajenas a gobernar sus dueños, y,
habiéndose criado algunos en la estrecheza de algún pupilaje, sin haber
visto más mundo que el que puede contenerse en veinte o treinta leguas
de distrito, meterse de rondón a dar leyes a la caballería y a juzgar de
los caballeros andantes? ¿Por ventura es asumpto vano o es tiempo mal
gastado el que se gasta en vagar por el mundo, no buscando los regalos
dél, sino las asperezas por donde los buenos suben al asiento de la
inmortalidad? Si me tuvieran por tonto los caballeros, los magníficos,
los generosos, los altamente nacidos, tuviéralo por afrenta inreparable;
pero de que me tengan por sandio los estudiantes, que nunca entraron ni
pisaron las sendas de la caballería, no se me da un ardite: caballero
soy y caballero he de morir si place al Altísimo. Unos van por el ancho
campo de la ambición soberbia; otros, por el de la adulación servil y
baja; otros, por el de la hipocresía engañosa, y algunos, por el de la
verdadera religión; pero yo, inclinado de mi estrella, voy por la
angosta senda de la caballería andante, por cuyo ejercicio desprecio la
hacienda, pero no la honra. Yo he satisfecho agravios, enderezado
tuertos, castigado insolencias, vencido gigantes y atropellado
vestiglos; yo soy enamorado, no más de porque es forzoso que los
caballeros andantes lo sean; y, siéndolo, no soy de los enamorados
viciosos, sino de los platónicos continentes. Mis intenciones siempre
las enderezo a buenos fines, que son de hacer bien a todos y mal a
ninguno; si el que esto entiende, si el que esto obra, si el que desto
trata merece ser llamado bobo, díganlo vuestras grandezas, duque y
duquesa excelentes.
Pero el eclesiástico sigue firme en sus ideas. Pero viendo que no puede convencer a nadie, marcha con ira del castillo.
-Por el hábito que tengo, que estoy por decir que es tan sandio Vuestra
Excelencia como estos pecadores. ¡Mirad si no han de ser ellos locos,
pues los cuerdos canonizan sus locuras! Quédese Vuestra Excelencia con
ellos; que, en tanto que estuvieren en casa, me estaré yo en la mía, y
me escusaré de reprehender lo que no puedo remediar.
Los duques siguen burlándose de don Quijote, sin éste darse cuenta.
Llegó la de la fuente, y con gentil donaire y desenvoltura encajó la
fuente debajo de la barba de don Quijote; el cual, sin hablar palabra,
admirado de semejante ceremonia, creyendo que debía ser usanza de
aquella tierra en lugar de las manos lavar las barbas, y así tendió la
suya todo cuanto pudo, y al mismo punto comenzó a llover el aguamanil, y
la doncella del jabón le manoseó las barbas con mucha priesa,
levantando copos de nieve, que no eran menos blancas las jabonaduras, no
sólo por las barbas, mas por todo el rostro y por los ojos del
obediente caballero, tanto, que se los hicieron cerrar por fuerza.
El duque y la duquesa, que de nada desto eran sabidores, estaban
esperando en qué había de parar tan extraordinario lavatorio. La
doncella barbera, cuando le tuvo con un palmo de jabonadura, fingió que
se le había acabado el agua, y mandó a la del aguamanil fuese por ella,
que el señor don Quijote esperaría. Hízolo así, y quedó don Quijote con
la más estraña figura y más para hacer reír que se pudiera imaginar.
Tras este extraño lavatorio, la duquesa y don Quijote hablan de Dulcinea. Nuestro caballero vuelve a alabar su belleza, su inteligencia... Pero la duquesa no puede evitar pensar, por lo que el libro de don Quijote cuenta, que Dulcinea es un personaje ficticio, creado por nuestro propio caballero.
-No hay más que decir -dijo la duquesa-; pero si, con todo eso, hemos
de dar crédito a la historia que del señor don Quijote de pocos días a
esta parte ha salido a la luz del mundo, con general aplauso de las
gentes, della se colige, si mal no me acuerdo, que nunca vuesa merced ha
visto a la señora Dulcinea, y que esta tal señora no es en el mundo,
sino que es dama fantástica, que vuesa merced la engendró y parió en su
entendimiento, y la pintó con todas aquellas gracias y perfeciones que
quiso.
Extraña me ha resultado la respuesta de don Quijote, quien no ha asegurado la existencia de su dama:
-En eso hay mucho que decir -respondió don Quijote-. Dios sabe si hay
Dulcinea o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y
éstas no son de las cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el
cabo. Ni yo engendré ni parí a mi señora, puesto que la contemplo como
conviene que sea una dama que contenga en sí las partes que puedan
hacerla famosa en todas las del mundo, como son: hermosa, sin tacha,
grave sin soberbia, amorosa con honestidad, agradecida por cortés,
cortés por bien criada, y, finalmente, alta por linaje, a causa que
sobre la buena sangre resplandece y campea la hermosura con más grados
de perfeción que en las hermosas humildemente nacidas.
Termina don Quijote hablando de su fiel escudero. Y de paso, realiza cierta crítica ante la capacidad de los gobernadores...
Por otra parte, quiero que entiendan vuestras señorías que Sancho Panza
es uno de los más graciosos escuderos que jamás sirvió a caballero
andante; tiene a veces unas simplicidades tan agudas, que el pensar si
es simple o agudo causa no pequeño contento; tiene malicias que le
condenan por bellaco, y descuidos que le confirman por bobo; duda de
todo y créelo todo; cuando pienso que se va a despeñar de tonto, sale
con unas discreciones, que le levantan al cielo. Finalmente, yo no le
trocaría con otro escudero, aunque me diesen de añadidura una ciudad; y
así, estoy en duda si será bien enviarle al gobierno de quien vuestra
grandeza le ha hecho merced; aunque veo en él una cierta aptitud para
esto de gobernar, que atusándole tantico el entendimiento, se saldría
con cualquiera gobierno, como el rey con sus alcabalas; y más, que ya
por muchas experiencias sabemos que no es menester ni mucha habilidad ni
muchas letras para ser uno gobernador, pues hay por ahí ciento que
apenas saber leer, y gobiernan como unos girifaltes; el toque está en
que tengan buena intención y deseen acertar en todo; que nunca les
faltará quien les aconseje y encamine en lo que han de hacer, como los
gobernadores caballeros y no letrados, que sentencian con asesor.
Aconsejaríale yo que ni tome cohecho, ni pierda derecho, y otras
cosillas que me quedan en el estómago, que saldrán a su tiempo, para
utilidad de Sancho y provecho de la ínsula que gobernare.