Volvemos con nuestros protagonistas a la venta. Esta vez la presencia de don Quijote es escasa, que pronto se retira a descansar. Y en su ausencia, el cura y el barbero discuten con el ventero sobre las novelas de caballería, al ser el género favorito de éste último.
Y como el cura dijese que los libros de caballerías que Don Quijote había leído le habían vuelto el juicio, dijo el ventero: No sé yo como puede ser eso, que en verdad que a lo que yo entiendo no hay mejor lectura en el mundo, y que tengo ahí dos o tres dellos, con otros papeles que verdaderamente me han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos, porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay alguno que sabe leer, el cual coge uno destos libros en las manos, y rodeámonos dél más de treinta, y estámosle escuchándole con tanto gusto, que nos quita mil canas. A lo menos de mí sé decir que cuando oigo decir aquellos foribundos y terribles golpes que los caballeros pegan, que me toma gana de hacer otro tanto, y que querría estar oyéndolos noches y días. Y yo ni más ni menos, dijo la ventera, porque nunca tengo buen rato en mi casa sino aquel que vos estáis escuchando leer, que estáis tan embobado que no os acordáis de reñir por entonces. Así es la verdad, dijo Maritornes, y a buena fe que yo también gusto mucho de oir aquellas cosas, que son muy lindas, y más cuando cuentan que se está la otra señora debajo de unos naranjos abrazada con su caballero, y que les está una dueña haciéndoles la guarda, muerta de envidia y con mucho sobresalto. Digo que todo esto es cosa de mieles.
No le gusta al cura este placer en la lectura de estos libros. Y más cuándo ve de qué libros se tratan. Sólo salva la historia del Gran Capitán Gonzalo Hernández de Córdoba, por tratar de un hecho histórico, real. Pero no logra convencer al ventero, aunque a favor de éste hay que decir que estos libros no le llevan a la locura, como le ha ocurrido a don Quijote:
Ya os he dicho, amigo, replicó el cura, que esto se hace para entretener nuestros ociosos pensamientos; y así como se consiente en las repúblicas bien concertadas que haya juegos de ajedrez, de pelota y de trucos, para entretener a algunos que ni quieren, ni deben, ni pueden trabajar, así se consiente imprimir y que haya tales libros, creyendo, como es verdad, que no ha de haber alguno tan ignorante que tenga por historia verdadera ninguno destos libros. Y si me fuera lícito ahora, y el auditorio lo requiriese, yo dijera cosas acerca de lo que han de tener los libros de caballería para ser buenos que quizá fueran de provecho y aún de gusto para algunos; pero yo espero que vendrá tiempo en que lo pueda comunicar con quien pueda remediallo, y en este entretanto creed, señor ventero, lo que os he dicho, y tomad vuestros libros, y allá os avenid con sus verdades o mentiras, y buen provecho os hagan, y quiera Dios que no cojeéis del pie que cojea vuestro huésped Don Quijote. Eso no, respondió el ventero, que no seré yo tan loco que me haga caballero andante, que bien veo que ahora no se usa lo que se usaba en aquel tiempo cuando se dice que andaban por el mundo estos famosos caballeros.
Entre los papeles que el ventero traía, el cura curiosea y descubre una pequeña novela, El curioso impertinente. Y como no parece mala novela (no tiene abuela Cervantes), entre todos deciden que el cura la lea en voz alta, para poder disfrutarla.
Me encanta esta sección.
ResponderEliminarBesitos
Ya os queda menos!!!
ResponderEliminarUn beso!
Ya vais llegando al final. Si te digo la verdad, estoy aprendiendo mucho con este reto. Besos.
ResponderEliminarPoco a poco hidalgo y escudero van a acercándose al final del trayecto, pero mientras que este no llega, sigue disfrutando de sus andanzas. ¡Muchos besos!
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