Voy a descansar un momentito de mi descanso en estas fechas para hacer balance de mis mejores lecturas del año. Un balance la mar de positivo. Pero os aviso, no sé hacer listas reducidas...
En enero sufrí con Una mujer en Birkenau de Seweryna Szmaglewska. Por fin me estrené con Chejov con La corista y otros cuentos de Chéjov. Joyce Carol Oates me inquietó con Rey de Picas y Domingo Villar volvió a sorprenderme con La playa de los ahogados.
En febrero tuve tiempo de releer y disfrutar de nuevo con la pluma de García Márquez y El coronel no tiene quien le escriba. Y de seguir disfrutando con Marcos Chicot y El asesinato de Sócrates.
Marzo fue el mes de las emociones, con Viaje al centro de mis mujeres de Alicia Domínguez y El niño que quería construir su mundo de Keith Stuart. Y el mes en el que por fin me atreví con El señor llega (Los gozos y las sombras I) de Gonzalo Torrente Ballester. Obra maestra.
En abril me reencontré con el comisario Brunetti en Nobleza obliga de Donna Leon. No es su mejor novela, pero es que tengo debilidad por este comisario y su familia, lo reconozco. Y Víctor del Árbol volvió a demostrarme que sabe plasmar el dolor como nadie en La víspera de casi todo.
Repasando mayo me doy cuenta de que fue un mes muy negro. Y entre las obras que leí destaco dos: La dalia negra de James Ellroy y El halcón maltés de Dashiell Hammet.
De Junio destaco una sola novela, pero es de las que más huella me han dejado este año: El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince.
En Julio volví a reencontrarme con Austen con Persuasión. No es de sus mejores novelas pero leer a esta autora siempre es un placer. Y seguí con la trilogía de Los gozos y las sombras, Donde da la vuelta el aire de Torrente Ballester. Esta historia mejora con cada libro.
En agosto me atreví con un libro que me daba su cosita, Las uvas de la ira de John Steinbeck. Y se ha convertido en una de mis mejores lecturas del año. También disfruté enormemente con Sombras de agua de Félix G. Modroño. Y descubrí mucho de Curie y de Rosa Montero en La ridícula idea de no volver a verte.
Septiembre lo empecé estrenándome con Louisa May Alcott, que me sorprendió mucho con Un susurro en la oscuridad. Me dolió Patria de Fernando Aramburu. Y disfruté más de lo que esperaba con El último baile de Sara Manning.
En octubre le tocó el turno otra vez a Víctor del Árbol, un auténtico maestro en plasmar el alma humana, como lo demuestra en Por encima de la lluvia. José Luis Sampedro me dio una lección enorme con Escribir es vivir. Y Almudena Grandes volvió a regalarme personajes extraordinarios en Las tres bodas de Manolita.
De noviembre destaco Cartas para Estrella de Pilar Lahuerta. Y no es una de mis mejores novelas del año, tengo que reconocerlo, pero disfruté con este paseo por mi Cádiz en Las tres muertes de Fermín Salvochea de Jesús Cañadas.
Y diciembre ha resultado un mes muy completo con grandes lecturas. Me encantó La marca de la luna de Amelia Noguera. Releí Jane Eyre de Charlotte Brontë y lo disfruté como la primera vez. Entré en La librería del sr. Livingstone de Mónica Gutiérrez y no quería salir de ahí. Conocí a Pepa de Basta con vivir de Carmen Amoraga y me costó despedirme de ella. Y me sobrecogió la historia que Clara Usón nos cuenta en La hija del Este.
Y después de este largo resumen de mis mejores lecturas del año, sólo me queda desearos una cosita...