Seweryna Szmaglewska
Trad: Katarzyna Olszewska Sonnenberg, Sergio Trigán
Alba Editorial, 2006
Una mujer en Birkenau es el primer testimonio de una superviviente de un campo de exterminio. Fue publicada en 1945 y tomado como prueba en el juicio de Nuremberg. Es tanta la información que hay en él... Porque Szmaglewska no se limita sólo a narrar cómo vivió ella esa trágica experiencia, sino que cuenta, con detalle, todo lo que aconteció en el campo, todo lo que sucedía a su alrededor. Ella no quiere protagonismo, ella quiere contar cómo era el día a día de todas las prisioneras del campo.
El acto de quitar la ropa al prisionero, de afeitarle la cabeza tiene un efecto simbólico importante. Te quedas desnudo y sin escudo. Tienes que crear una actitud nueva frente a la realidad edificándola sobre tu rectitud interior.
Y nos sorprende el tono en el que lo hace, sereno, sosegado, lírico, sin
dejarse llevar por el odio o la ira, pero plasmando de forma efectiva
todas las emociones por las que pasaban todas y cada una de ellas.
Una especie de fantasma sombrío vaga entre los bloques de Birkenau, y con los pies bien envueltos en harapos aplasta el barro que no se hiela nunca, ese barro vivo que lo absorbe todo y que se carcajea de las prisioneras con una risa entrecortada y silenciosa. El mismo barro que el invierno anterior, el mismo que consumió con deleite el horror de los cuerpos quemados y manchó con su huella la nieve recién caída.¿Adónde puedes ir para no encontrar cuerpos desnudos yaciendo en el suelo? ¿Adónde puedes ir para olvidarte de todo?
Una lectura imprescindible, que duele, como duelen todas estas historias. Para leerla despacio, porque, por mucho que sepas, sigues sin entender tanta crueldad, tanto horror...
Bienaventurados aquellos a los que la locura les permite gritar en voz alta sus preocupaciones, bienaventurados aquellos que pueden exteriorizar su no. Porque todas las prisioneras llevan un no en sus adentros, un no que bulle en su interior y hace hervir su sangre, una impotencia airada que tapa sus ojos con una venta en los momentos peligrosos, cuando más difícil resulta controlarse. Hay prisioneros que saben esconder su no en lo más profundo de su ser, debajo de un barniz de buenos modales y de aparente amabilidad, y saben mostrar ese lado a los SS. Pero también hay otros que gritan su no en voz alta en cada uno de sus actos, en la expresión de su cara, en su mirada. No apartan esa mirada que grita la verdad ante un SS y así se condenan a castigos o se ganan la enemistad de las autoridades sin motivo aparente.Lo único que los diferencia de los locos es que ellos no gritan un único gran no, sino que lo expresan de otro modo.