Capítulo LXIX:
Fueron los duques los que ordenaron que trajesen a don Quijote y Sancho de nuevo a su palacio, con el único objeto de seguir burlándose de ellos. Don Quijote en esta segunda parte, apenas ha dejado trabajar a su imaginación. Aquí no ha habido molinos que ha convertido en gigantes. Aquí ha encontrado a gente siempre dispuesta a engañarle, dispuesta a burlarse de él.
Cuando llegan a palacio se encuentran con el funeral de Altisidora. Y culpan de su muerte a don Quijote. Pero aún puede ser devuelta a la vida. Pero será nuevamente Sancho quien tenga que sufrir para que Altisidora "resucite".
-¡Ea, ministros de esta casa, altos y bajos, grandes y chicos, acudid
unos tras otros y sellad el rostro de Sancho con veinte y cuatro
mamonas, y doce pellizcos y seis alfilerazos en brazos y lomos, que en
esta ceremonia consiste la salud de Altisidora!
Pero Sancho, el pobre, no estará por la labor...
-¡Voto a tal, así me deje yo sellar el rostro ni manosearme la cara
como volverme moro! ¡Cuerpo de mí! ¿Qué tiene que ver manosearme el
rostro con la resurreción desta doncella? Regostóse la vieja a los
bledos. Encantan a Dulcinea, y azótanme para que se desencante; muérese
Altisidora de males que Dios quiso darle, y hanla de resucitar hacerme a
mí veinte y cuatro mamonas, y acribarme el cuerpo a alfilerazos y
acardenalarme los brazos a pellizcos. ¡Esas burlas, a un cuñado, que yo
soy perro viejo, y no hay conmigo tus, tus!
Don Quijote intentará convencerle.
-Ten paciencia, hijo, y da gusto a estos señores, y muchas gracias al
cielo por haber puesto tal virtud en tu persona, que con el martirio
della desencantes los encantados y resucites los muertos.
Y finalmente será sometido al martirio...
Finalmente, todas las dueñas le sellaron, y otra mucha gente de casa le
pellizcaron; pero lo que él no pudo sufrir fue el punzamiento de los
alfileres; y así, se levantó de la silla, al parecer mohíno, y, asiendo
de una hacha encendida que junto a él estaba, dio tras las dueñas, y
tras todos su verdugos, diciendo:
-¡Afuera, ministros infernales, que no soy yo de bronce, para no sentir tan extraordinarios martirios!
Y Altisidora resucitará, aprovechando así don Quijote para recordarle los azotes que aún debe darse para desencantar a Dulcinea.
En esto, Altisidora, que debía de estar cansada por haber estado tanto
tiempo supina, se volvió de un lado; visto lo cual por los
circunstantes, casi todos a una voz dijeron:
-¡Viva es Altisidora! ¡Altisidora vive!
Mandó Radamanto a Sancho que depusiese la ira, pues ya se había alcanzado el intento que se procuraba.
Así como don Quijote vio rebullir a Altisidora, se fue a poner de rodillas delante de Sancho, diciéndole:
-Agora es tiempo, hijo de mis entrañas, no que escudero mío, que te des
algunos de los azotes que estás obligado a dar por el desencanto de
Dulcinea. Ahora, digo, que es el tiempo donde tienes sazonada la virtud,
y con eficacia de obrar el bien que de ti se espera.
Y las primeras palabras de Altisidora se dirigen a don Quijote, remarcando su crueldad y agradeciéndole a Sancho su sacrificio.
-Dios te lo perdone, desamorado caballero, pues por tu crueldad he
estado en el otro mundo, a mi parecer, más de mil años; y a ti, ¡oh el
más compasivo escudero que contiene el orbe!, te agradezco la vida que
poseo. Dispón desde hoy más, amigo Sancho, de seis camisas mías que te
mando para que hagas otras seis para ti; y, si no son todas sanas, a lo
menos son todas limpias.
Capítulo LXX:
El pobre Sancho quiere descansar y dormir, después de todo lo sufrido pero don Quijote no para de preguntarle y él da su atinada opinión sobre Altisidora.
Muriérase ella en hora buena cuanto quisiera y como quisiera -respondió
Sancho-, y dejárame a mí en mi casa, pues ni yo la enamoré ni la desdeñé
en mi vida. Yo no sé ni puedo pensar cómo sea que la salud de
Altisidora, doncella más antojadiza que discreta, tenga que ver, como
otra vez he dicho, con los martirios de Sancho Panza.
Reparador es el sueño para Sancho:
...y torno a suplicar a vuesa merced me deje dormir, porque el sueño es alivio de las miserias de los que las tienen despiertas.
Aprovecha Cervantes el sueño de nuestros protagonistas para volver a introducir a Cide Hamete, que explica cómo los duques prepararon el engaño. Y aprovecha también para burlarse de ellos.
...que tiene para sí ser tan locos los burladores como los burlados, y que
no estaban los duques dos dedos de parecer tontos, pues tanto ahínco
ponían en burlarse de dos tontos.
Es Altisidora quien entra en el lecho donde descansa don Quijote y Sancho despertándolos. Ella sigue con su engaño. Cuando Sancho le pregunta sobre el infierno, ésta da una visión un tanto quevedesca de éste:
-La verdad que os diga -respondió Altisidora-, yo no debí de morir del
todo, pues no entré en el infierno; que, si allá entrara, una por una no
pudiera salir dél, aunque quisiera. La verdad es que llegué a la
puerta, adonde estaban jugando hasta una docena de diablos a la pelota,
todos en calzas y en jubón, con valonas guarnecidas con puntas de randas
flamencas, y con unas vueltas de lo mismo, que les servían de puños,
con cuatro dedos de brazo de fuera, porque pareciesen las manos más
largas, en las cuales tenían unas palas de fuego; y lo que más me admiró
fue que les servían, en lugar de pelotas, libros, al parecer, llenos de
viento y de borra, cosa maravillosa y nueva; pero esto no me admiró
tanto como el ver que, siendo natural de los jugadores el alegrarse los
gananciosos y entristecerse los que pierden, allí en aquel juego todos
gruñían, todos regañaban y todos se maldecían.
-Eso no es maravilla -respondió Sancho-, porque los diablos, jueguen o
no jueguen, nunca pueden estar contentos, ganen o no ganen.
-Así debe de ser -respondió Altisidora-; mas hay otra cosa que también
me admira, quiero decir me admiró entonces, y fue que al primer voleo no
quedaba pelota en pie, ni de provecho para servir otra vez; y así,
menudeaban libros nuevos y viejos, que era una maravilla. A uno dellos,
nuevo, flamante y bien encuadernado, le dieron un papirotazo que le
sacaron las tripas y le esparcieron las hojas. Dijo un diablo a otro:
''Mirad qué libro es ése''. Y el diablo le respondió: ''Ésta es la
Segunda parte de la historia de don Quijote de la Mancha, no compuesta
por Cide Hamete, su primer autor, sino por un aragonés, que él dice ser
natural de Tordesillas''. ''Quitádmele de ahí -respondió el otro
diablo-, y metedle en los abismos del infierno: no le vean más mis
ojos''. ''¿Tan malo es?'', respondió el otro. ''Tan malo -replicó el
primero-, que si de propósito yo mismo me pusiera a hacerle peor, no
acertara''. Prosiguieron su juego, peloteando otros libros, y yo, por
haber oído nombrar a don Quijote, a quien tanto adamo y quiero, procuré
que se me quedase en la memoria esta visión.
-Visión debió de ser, sin duda -dijo don Quijote-, porque no hay otro
yo en el mundo, y ya esa historia anda por acá de mano en mano, pero no
para en ninguna, porque todos la dan del pie. Yo no me he alterado en
oír que ando como cuerpo fantástico por las tinieblas del abismo, ni por
la claridad de la tierra, porque no soy aquel de quien esa historia
trata. Si ella fuere buena, fiel y verdadera, tendrá siglos de vida;
pero si fuere mala, de su parto a la sepultura no será muy largo el
camino.
Calla don Quijote a Altisidora recordándole que aún su corazón sigue perteneciendo a Dulcinea. Y ante estas palabras Altisidora no puede evitar su enfado y contarle a nuestro caballero toda la verdad:
-¡Vive el Señor, don bacallao, alma de almirez, cuesco de dátil, más
terco y duro que villano rogado cuando tiene la suya sobre el hito, que
si arremeto a vos, que os tengo de sacar los ojos! ¿Pensáis por ventura,
don vencido y don molido a palos, que yo me he muerto por vos? Todo lo
que habéis visto esta noche ha sido fingido; que no soy yo mujer que por
semejantes camellos había de dejar que me doliese un negro de la uña,
cuanto más morirme.
Cuando los duques le preguntan a don Quijote sobre Altisidora, éste sólo le dice lo que realmente piensa de ella. Y también Sancho.
-Señora mía, sepa Vuestra Señoría que todo el mal desta doncella nace de
ociosidad, cuyo remedio es la ocupación honesta y continua. Ella me ha
dicho aquí que se usan randas en el infierno; y, pues ella las debe de
saber hacer, no las deje de la mano, que, ocupada en menear los
palillos, no se menearán en su imaginación la imagen o imágines de lo
que bien quiere; y ésta es la verdad, éste mi parecer y éste es mi
consejo.
-Y el mío -añadió Sancho-, pues no he visto en toda mi vida randera que
por amor se haya muerto; que las doncellas ocupadas más ponen sus
pensamientos en acabar sus tareas que en pensar en sus amores. Por mí lo
digo, pues, mientras estoy cavando, no me acuerdo de mi oíslo; digo, de
mi Teresa Panza, a quien quiero más que a las pestañas de mis ojos.