Comienza este capítulo con Sancho triste. Y es que ya no hay recompensa para él... ni reino... ni nada de nada. Ni la princesa era princesa, ni el gigante, gigante... Y así se lo quiere hacer ver a don Quijote. Pero es imposible. De nuevo éste cree que es víctima de brujería. Creo que un hechizo ha convertido a la princesa en una aldeana, que ha transformado al gigante en cueros de vino... Siempre encuentra nuestro caballero el medio para justificarlo todo.
Y más personajes siguen apareciendo en esta venta. Ahora es el turno del cautivo y la mora Zoraida, aunque ella prefiere que la llamen María. Desde luego el ventero atinó a la hora de abrir su posada en un sitio estratégico, que allí acuden todos. Pero tardaremos aún un poquito en conocer la historia de esta pareja. Ahora es el momento del lucimiento de don Quijote. Termina este capítulo con un magnífico discurso, que nos hacen dudar de su locura. Un magnífico discurso que tiene su continuación en el siguiente capítulo.
-Verdaderamente, si bien se considera, señores míos, grandes e inauditas cosas ven los que profesan la orden de la andante caballería. Si no, ¿cuál de los vivientes habrá en el mundo que ahora por la puerta deste castillo entrara, y de la suerte que estamos nos viere, que juzgue y crea que nosotros somos quien somos? ¿Quién podrá decir que esta señora que está a mi lado es la gran reina que todos sabemos, y que yo soy aquel Caballero de la Triste Figura que anda por ahí en boca de la fama? Ahora no hay que dudar, sino que esta arte y ejercicio excede a todas aquellas y aquellos que los hombres inventaron, y tanto más se ha de tener en estima cuanto a más peligros está sujeto. Quítenseme delante los que dijeren que las letras hacen ventaja a las armas, que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razón que los tales suelen decir, y a lo que ellos más se atienen, es que los trabajos del espíritu exceden a los del cuerpo, y que las armas sólo con el cuerpo se ejercitan, como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más de buenas fuerzas; o como si en esto que llamamos armas los que las profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para ejecutallos mucho entendimiento; o como si no trabajase el ánimo del guerrero que tiene a su cargo un ejército, o la defensa de una ciudad sitiada, así con el espíritu como con el cuerpo. Si no, véase si se alcanza con las fuerzas corporales a saber y conjeturar el intento del enemigo, los disignios, las estratagemas, las dificultades, el prevenir los daños que se temen; que todas estas cosas son acciones del entendimiento, en quien no tiene parte alguna el cuerpo. Siendo pues ansí, que las armas requieren espíritu, como las letras, veamos ahora cuál de los dos espíritus, el del letrado o el del guerrero, trabaja más. Y esto se vendrá a conocer por el fin y paradero a que cada uno se encamina, porque aquella intención se ha de estimar en más que tiene por objeto más noble fin. Es el fin y paradero de las letras..., y no hablo ahora de las divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al cielo, que a un fin tan sin fin como éste ninguno otro se le puede igualar; hablo de las letras humanas, que es su fin poner en su punto la justicia distributiva y dar a cada uno lo que es suyo, entender y hacer que las buenas leyes se guarden. Fin, por cierto, generoso y alto y digno de grande alabanza, pero no de tanta como merece aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la paz, que es el mayor bien que los hombres pueden desear en esta vida. Y así, las primeras buenas nuevas que tuvo el mundo y tuvieron los hombres fueron las que dieron los ángeles la noche que fue nuestro día, cuando cantaron en los aires: ''Gloria sea en las alturas, y paz en la tierra, a los hombres de buena voluntad''; y a la salutación que el mejor maestro de la tierra y del cielo enseñó a sus allegados y favoridos, fue decirles que cuando entrasen en alguna casa, dijesen: ''Paz sea en esta casa''; y otras muchas veces les dijo: ''Mi paz os doy, mi paz os dejo: paz sea con vosotros'', bien como joya y prenda dada y dejada de tal mano; joya que sin ella, en la tierra ni en el cielo puede haber bien alguno. Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mesmo es decir armas que guerra. Prosupuesta, pues, esta verdad, que el fin de la guerra es la paz, y que en esto hace ventaja al fin de las letras, vengamos ahora a los trabajos del cuerpo del letrado y a los del profesor de las armas, y véase cuáles son mayores.
Me gusta mucho este capítulo.
ResponderEliminarBesinos
Yo ya casi me he puesto al día.
ResponderEliminarBesos
Me tengo que poner al día.
ResponderEliminarQué envidia, qué constante eres ^^
ResponderEliminarUn beso!
Si tuviera que leer un libro así, capítulo a capítulo, terminaría cansándome. Os admiro. Besos.
ResponderEliminarGuau! Parrafazo, se ve que te gustó
ResponderEliminarBesos
Me pasa como a Lady Aliena jajaja
ResponderEliminarSuerte, que ya os debe de quedar poquito:D
Un besazo<3
Vais a un ritmo trepidante, magnífico capítulo, lo dicho, en la próxima relectura que se haga ahí estaré yo. Uj beso :)
ResponderEliminarComo siempre, es un placer ir recordando esta novela gracias a vuestros comentarios de la lectura conjunta.
ResponderEliminarBesos:)
Qué estupendo discurso sobre la guerra y las letras.
ResponderEliminarY esa reflexión sobre darte de bruces con la realidad......... que, claro, la magia altera.
Me encantan estas cavilaciones.
Un abrazo!!
Cada vez la venta se parece más al camarote de los hermanos Marx, jejeje. 1beso!
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